domingo, 14 de junio de 2009
Analogías razonables
La música ha sido un personaje más de las películas desde los tiempos del cine mudo, cuando las salas de exhibición contaban con un pianista que acompañaba con el sonido de su instrumento la acción que se desarrollaba en la pantalla. El papel relevante de la música en el cine como medio para enfatizar las imágenes, acentuar las atmósferas, presentar a los personajes o influir en los sentimientos de los espectadores se consolidó, como es lógico, con la llegada del cine sonoro y, desde entonces, no ha parado de crecer, llegando incluso a haber ejemplos de películas en las que la música va más allá y se convierte en el motor que hace progresar la historia.
Componer partituras para el cine requiere una gran comunicación entre el director de la película y el compositor, y exige, de parte de ambos, una especial habilidad para acoplar música e imagen. Probad a ver un día la escena inicial de la película “Tiburón” sin sonido y luego volvedla a ver con la música de John Williams anunciándonos la presencia de un peligro que la cámara no nos muestra. No es lo mismo, ¿verdad? Y si todavía no estáis convencidos, repetid el experimento con una de las secuencias más famosas del cine, aquella en la que Janet Leigh es asesinada, mientras se ducha, por la desquiciada madre de Norman Bates. Aquí se puede apreciar el magistral encaje entre las imágenes filmadas por Hitchcock y la música de Bernard Hermann, música que parece chillar mientras la chica recibe las cuchilladas de su asesina y que, en un momento, se suaviza al mismo ritmo con el que a ella le abandona la vida.
La música es un milagro que afecta a nuestro estado de ánimo, nos crea estados de ansiedad o los alivia. En ocasiones nos excita y en otras nos tranquiliza, nos incomoda o nos asusta. A veces llama nuestra atención y otras apenas notamos su presencia. Y si la música es un milagro que acompaña al cine desde su nacimiento, el vino es un prodigio que ha acompañado la alimentación de los seres humanos desde la primera borrachera conocida: la de Noé, y que no solo es una delicia por si mismo, sino que es capaz de mejorar el sabor de los alimentos que lo acompañan y de hacer más divertida la ceremonia de su ingestión.
Además de ser un personaje más de la película, algunas bandas sonoras son obras maestras que pueden situarse por derecho propio a la altura de la mejor música sinfónica del siglo XX. Por ejemplo la música de “Lo que el viento se llevó” de Max Steiner, que aunque nos pone la piel de gallina en el momento en que Scarlett O’Hara pone a Dios por testigo, oída al margen de la película es también hermosísima. O la inolvidable melodía de John Barry para “Memorias de África” que acompaña los momentos más idílicos de la película y que también es una delicia disfrutarla sola.
En nuestro juego de idear semejanzas entre música y vino, además de imaginarnos comiendo sin vino (y comprobar que no es lo mismo) podemos dar un paso más y coincidir en que el vino (aquí podemos pensar, por ejemplo, en un champagne André Clouet Grande Reserve Grand Cru) puede también disfrutarse sólo (en ocasiones, cuando el plato no acompaña bien, es mejor hacerlo así, que ya se sabe que “más vale solo que mal acompañado”) pero cuando armonizan el plato y la copa (quizá un ave, un marisco cocido o una torta del Casar) es cuando verdaderamente alcanzamos el cielo. El cielo del paladar, se entiende.
Algunas veces parece que la música de un determinado compositor es idónea para acompañar las películas de un director concreto. Es frecuente, entonces, que se alcance un entendimiento entre ambos artistas y se conviertan en colaboradores habituales. Como el caso de Miklos Rozsa, autor de la extraordinaria música de “Ben Hur” y compositor favorito de Billy Wilder, con quien trabajó en “Perdición”, “Días sin huella”, “Fedora” y “La vida privada de Sherlock Holmes”. O Henry Mancini, a quien, además de crear joyas musicales para “Sed de mal”, “Charada” o “Hatari”, todos le identificamos con Blake Edwards en películas como “La pantera rosa”, “Días de vino y rosas”, “Desayuno con diamantes” o “Víctor o Victoria”. Cuando hablamos de vino y comida, ese entendimiento se llama “maridaje” y se puede comprobar científicamente, observando cuidadosamente un plato de langostinos de Sanlúcar y viendo como a los bichos se les ilumina la cara cuando ven a su alrededor unas copas de manzanilla.
En algunos casos me ocurre que cuando pienso en una película lo primero que me viene a la cabeza es su música. Me pasa con “Sólo ante el peligro” y la melodía de Dimitri Tiomkin que acompaña los paseos de Gary Cooper en busca de colaboradores para poder enfrentarse a una banda de asesinos. O con “El tercer hombre”, película que, a veces, parece bailar al son de la cítara de Anton Karas. O con la marcha militar popularizada en “El puente sobre el Río Kwai”. O con la pegadiza sintonía de “El golpe”. Otras veces, en cambio, las imágenes llegan primero, y la música aparece sólo después de recordar escenas que me emocionaron, como la de Peter O’Toole vagando por el desierto, Charlton Heston besando a un simio, o la cara de Al Pacino fundiéndose con la de Robert De Niro mientras suena la música de Nino Rota. Y también ocurre que, en ocasiones, música e imagen brotan a la vez en nuestros pensamientos, como si fuera imposible separar una de otra, porque ¿se puede acaso tararear “Cantando bajo la lluvia” sin que inmediatamente se nos aparezca la cara sonriente de un Gene Kelly enamorado, que baila feliz mientras se pone como una sopa?, ¿o el “Cheek to cheek” de Irving Berlin sin ver a Ginger y Fred?
Si pensamos en comida y vino, claro está que cualquiera puede primar y determinar la elección del otro y cualquiera puede también monopolizar nuestros recuerdos. Es cierto que somos muchos los que durante mucho tiempo hemos escogido la comida primero y luego el vino, buscando un maridaje de primero de EGB, tinto para la carne, blanco para el pescado, espumoso para las peladillas y los turrones y tal y tal, pero también es verdad que gracias al esfuerzo de unos cuantos (cuyos nombres puedes ver en esta misma página) algunos estamos empezando a saber un poquito más.
Directores y compositores: Alfred Hitchcock y Bernard Herrmann, Steven Spielberg y John Williams, Billy Wilder y Miklos Rozsa, Blake Edwards y Henry Mancini, Sergio Leone y Ennio Morricone, Joseph L. Mankiewitz y Alfred Newman, David Lean y Maurice Jarre. Miembros de equipos bien engrasados que son capaces de producir obras maestras por separado pero que cuando trabajan en armonía pueden rozar lo sublime. Imagen y música. Comida y vino. Cocineros y sumilleres. La comida es la imagen y el vino la música. Analogías razonables. Me resulta tan difícil imaginar la vida sin cine como sin comida, y, del mismo modo, me resulta tan difícil concebir el cine sin música como la comida sin vino. Si pretendes que el resultado sea satisfactorio, ponle magia a la vida, a las películas, a las comidas. Ponle música, ponle vino.
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208 comentarios:
«El más antiguo ‹Más antiguo 201 – 208 de 208Estoy en Valencia. Ayer comí un muy buen arroz a banda en un restaurantito de por aquí llamado El Vaixell, pero mi hijo se empeñó en estropearnos la celebración vomitando la merienda... Demasiado cachondeo.
Pues anoche estupenda cena en Lafayette otra vez. En esta ocasión el plato que más me gustó fue la pissaladiere. Un masa, cebolla confitada, tapenade... una coca deliciosa. Así de simple.
La que lié anoche poniendo en la barbacoa un magret de pato fue épica. Sospecho que es mejor esperar a que las brasas estén muyyyyyy bajitas, porque si no en una de estas quemo la maison. Además, un chuletón de a 1,100 k, solomillo en tocho de 500 g y un entrecó. En bebiendo, un Dry Creek Valley Zinfandel Frei Ranch Vineyard 2002 de la Familia Gallo, una de los botellas que compré ayer por la mañana.
Hablando de brasas, Yerga, ¿Cuánto tiempo te llevó hacer las ventrescas? ¿Qué peso tenían? ¿Cuánto tiempo las pusiste de "cara" a las brasas? Supongo que las dejarías del lado de la piel la mayoría del tiempo.
¿Con qué salsa se puede acompañar una ventresca? Estoy pensando en hacer un chimichurri muy aligerado de sabor.
¿David y Ángela sentados con Ansón?
Imposible. No me lo creo.
A ver si alguien se me anima a rellenar en la Wikisalsas el apartado Asturias Occidental.
Esa pissaladiere está muy buena. No sé qué hierbas le añaden a la cebolla, pero está riquísima.
Alberto, los Roda me dieron más alegrías en anteriores añadas que en las últimas que he tomado. De Remírez de Ganuza me fío, es verdad. Y Abel Mendoza es asignatura pendiente para mí. Por lo demás, no me vienen a la cabeza Riojas modernos satisfactorios. Será el calor.
Kalakahua, para lo de Asturias occidental habría que provocar a Tony, que anda aletargado últimamente (¿será también el calor?) A mí si me sacas del Palermo, en Tapia...
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