domingo, 24 de octubre de 2010
Artículo dedicado a la Cerveza (Liebre, Cazador, Campo…)
En el cine (y me refiero al cine americano clásico, al cine de las grandes estrellas, al cine de la edad de oro de los estudios, es decir, al cine) el prestigio siempre lo han tenido el champán, los martinis y el whisky. El champán y los martinis lo bebían los tíos elegantes como Fred Astaire, William Powell, Maurice Chevalier o el Agente 007 cuando salían a conquistar chicas, es decir, a todas horas. Pedían estas cosas porque eran hombres con estilo y porque sabían que eran las bebidas favoritas de las chicas más chic de la pantalla, como Marilyn, como Natalie o como Audrey. (Hablando de Audrey y de tíos con estilo, ya sabréis que a David Larrabee se le desgarró el culo con una copa de champán que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón cuando acudía a su cita romántica con Audrey en el campo de tenis de su vivienda. Eso sí que es ser elegante y no lo mío, que casi me desgarré el culo cuando me caí en medio de una zarza mientras estaba comiendo moras junto a la valla de un prado). El champán y el martini, son bebidas que derrochan sensualidad por todos y cada uno de los enlaces químicos de sus moléculas, pero el whisky en cambio no es una bebida apropiada para la conquista. Lo beben los tíos cuando están solos o cuando la chica que les acompaña les importa un carajo. El whisky es cosa de Bogart y de los tipos duros del western. Con whisky se las agarra buenas Dean Martin en Río Bravo o Lee Marvin en cualquier película que se les ocurra a ustedes.
Champán, martinis y whisky, sí, pero ¿y cerveza? ¿Quién bebía cerveza en las películas del Hollywood dorado? Pues si quieren que les diga la verdad, nadie o casi nadie. Muy pocos. Quizás la razón se encuentre en que se trata de una bebida que siempre ha tenido muy poco glamour. Todos quedamos de vez en cuando con los amigos en el bar de enfrente para tomarnos una caña de cerveza y un pincho de tortilla o una tapa de boquerones en vinagre. Realidad a tope. Pero como entre nuestro cotidiano aburrimiento, nuestra caña de cada día y los realitys shows de Telecinco ya tenemos realismo de sobra, cuando nos asomamos al cine (y me refiero al cine americano clásico, al cine de las grandes estrellas, etcétera, etcétera) no nos apetece ver historias de tipos que se ligan a la cajera del DÍA en una discoteca cutre, valga la redundancia, mientras se beben una lata de Mahou cinco estrellas. Queremos champán, martinis y whisky. Y aunque es verdad que los jovencitos de hoy día estamos más acostumbrados que antes (unos más que otros, eso sí) a los champanes de pequeño productor, a los pelotazos de whisky de malta y a los cócteles de Le Cabrera, también lo es que de vez en cuando, sobre todo cuando no nos mira Weirdo, le damos un repaso a la cerveza y a los boquerones en vinagre.
Así que me pongo a buscar la gran película de la cerveza. Una película en la que, por ejemplo, un turbio crimen tenga lugar en una fábrica de cerveza, o en la que una historia de amor sea consumada apasionadamente en un campo de cebada, o que cuente una divertida aventura que conduzca a los protagonistas por las mesas de madera de las cervecerías de Gante o de Amberes. Busco y no encuentro nada. Pero como no voy a rendirme tan pronto, rebajo un poco las expectativas y decido conformarme con películas en las que la cerveza, aún no siendo la estrella principal, sí tenga un cierto protagonismo o, al menos, un pequeño momento de gloria.
Y aquí sí que tenemos algo de material. Podríamos empezar con Groucho Marx haciendo de las suyas en Pistoleros de agua dulce: “¿Llama a esto una fiesta? La cerveza está caliente y las mujeres frías.” En Frenesí, la película que supuso la vuelta de Hitchcock a su Inglaterra natal, una pareja de gentlemen con paraguas y bombín, comentan divertidos delante de unas pintas de cerveza el último crimen del asesino de las corbatas, en un pub cercano a Covent Garden. Alfred Hitchcock. Crímenes, cerveza y humor negro.
También se bebía cerveza en una taberna de la campiña inglesa donde normandos y sajones compartían viandas sin saberlo y donde Sir Wilfredo de Ivanhoe daba buena cuenta de una jarra espumosa que le sirve el posadero. Siempre me han gustado mucho las escenas de banquetes en las películas medievales. Aves, venados y ciervos atravesados por palos que giran lentamente sobre el fuego de una hoguera, mientras las jarras de cerveza se deslizan por las mesas. Kirk Douglas en Los vikingos bebía la cerveza, no en jarras, sino en cuernos, mientras se preparaba para asistir al banquete de Odín, allí donde acudían todos los guerreros vikingos que morían frente al enemigo con una espada en la mano.
A veces la cerveza se muestra como símbolo de amistad y de camaradería. En la película Cadena Perpetua, la recompensa que Tim Robbins le pide a su carcelero por haberle ayudado a ahorrarse los impuestos correspondientes a una cantidad de dinero que éste había recibido de su hermano en concepto de herencia, es poder tomarse unas botellas de cerveza al aire libre con sus compañeros de cárcel. Pitillos y cervezas en la terraza. Es una escena magnífica, pero yo, puestos a elegir, posiblemente me quede con aquella de El cazador en la que un grupo de amigos se reúnen en un bar para celebrar que se marchan a la guerra del Vietnam y que nunca volverán a estar juntos como lo están en ese momento. De paso, celebran también la despedida de soltero de uno de ellos, juegan al billar, beben cerveza y cantan “Can’t take my eyes off you” a grito pelado.
Pero es tan difícil buscar ejemplos que me estoy alejando del Hollywood clásico. Vuelvo a él porque, si de cerveza se trata, hay una película que no se me puede olvidar: El hombre tranquilo. John Ford, cerveza irlandesa, canciones y puñetazos. Los héroes de Ford sí beben cerveza. Una buena jarra es lo que le pide John Wayne al camarero, después de cruzar el desierto en Tres padrinos. Supongo que es lo mismo que pediríamos usted y yo si entráramos en un bar después de cruzar a píe el desierto de Arizona.
También se bebe cerveza en El juicio de Nuremberg, una película que tiene una escena que a mí me encanta y que voy a proclamar como mi escena “cervecera” favorita de todos los tiempos. Los jueces se han reunido para tomar unas copas después de una sesión del proceso que ha resultado ser particularmente dura. En el bar se encuentran con el fiscal, quien parece haber bebido demasiado: “Perdonen” – les dice, - “he tomado una o dos copas de más, como con disgusto habrán advertido ustedes. Lo siento pero el espectáculo de esta tarde con el señor Petersen me ha quitado el apetito.” Llega el camarero con más cervezas. El fiscal (Richard Widmark) levanta un vaso, lo mira con admiración y dice antes de darle un sorbo: “Buena cerveza. La hacen buena en este país… Liebre, cazador, campo… Seamos justos. El cazador disparó sobre la liebre en el campo. Es bien sencillo. No hay ningún nazi en Alemania, ¿no lo sabía usted, juez? Los esquimales invadieron Alemania y se apoderaron de ella. No fue culpa de los alemanes, no. Fueron esos malditos esquimales.”
En el año 1948 tuvieron lugar los juicios de Nuremberg. Mientras en un proceso que avergonzó al mundo entero se juzgaba a los cabecillas del Tercer Reich, en otros juicios paralelos se llevó al banquillo de los acusados a funcionarios, a militares y a los jueces encargados de administrar justicia en la Alemania nazi. Sentar a los jueces en el banquillo es un buen asunto para una película, y así, en 1961, Stanley Kramer produjo y dirigió El juicio de Nuremberg subtitulada en España con el absurdo nombre de Vencedores o vencidos.
El juicio de Nuremberg no ha sido nunca considerada como una gran película por la crítica especializada. Buena sí, pero no excepcional. Todo lo más, una película convencional y entretenida, soportada por grandes interpretaciones, donde el director apenas aporta nada al desarrollo de la historia. Yo, en cambio, no estoy de acuerdo. Para mí, sí que se trata de una película excepcional. Un guión de estructura clásica da lugar a una película que, a pesar de su larga duración y a que se desarrolla casi en su totalidad en un único escenario, resulta muy entretenida. Pero además es una película valiente que se moja y que constituye una acusación contra todos aquellos que se limitaron “a cumplir órdenes” o que se dedicaron a mirar hacia otro lado, porque, a fin de cuentas “¿nosotros, qué podíamos hacer?”
Lo que sí es cierto es que la película cuenta con uno de los mejores repartos de la historia del cine. En ese aspecto, se puede decir que la película derrocha talento. Cuenta Kramer en sus memorias que desde un principio, él fue consciente de que una película de estas características, solamente podía resultar atractiva si contaba con grandes actores. No bastaban buenos actores, tenían que ser los mejores y, además, los más apropiados.
Para Kramer había dos nombres imprescindibles: Spencer Tracy para el papel del juez, y Montgomery Clift como fiscal del proceso. Con Spencer Tracy no hubo demasiados problemas. Leyó el guión, alcanzó un acuerdo con sus honorarios y firmó el contrato. Pero con Montgomey Clift, las cosas no iban a resultar tan sencillas. Así lo contaba Ángel Fernández Santos en una de sus memorables crónicas de El País:
“Clift estaba en la cima de su carrera y al borde del mayor abismo de su vida. Unos años antes, un accidente de automóvil le había destrozado el rostro, que hubo que reconstruir centímetro a centímetro. Su hosco y agrio carácter se ensombreció más, y lo llevó a la frontera del suicidio cotidiano. Pero, dotado Clift de un férreo dominio de sí mismo, logró dar un violento giro a su carrera, volvió del revés como un saco a su método de creación de personajes, y, entre las brumas del alcohol y el Nembutal, cuando nadie daba ya ni un centavo por su carrera, realizó tres interpretaciones geniales en De repente, el último verano de Mankiewicz, Río salvaje de Kazan, y Vidas rebeldes de Huston.
Kramer localizó a Clift en un escondrijo anónimo de Puerto Rico y le envió el guión, pidiéndole que se interesase por el omnipresente personaje del fiscal, por cuya interpretación le pagaría 100.000 dólares. Luego sobrevino uno de los innombrables silencios del actor, jalonado por algún recorte de periódico donde se le localizaba borracho en una hedionda esquina, o apaleado a la puerta de un tugurio, enmarañado en los vericuetos de la compraventa de amor oscuro.
Unas semanas después Clift emergió del subsuelo e hizo ante el atónito Kramer una loca oferta: no quería interpretar al protagonista; había actores, como Richard Widmark, a quien el personaje les venía a la medida; en cambio le interesaba un personaje episódico, Petersen, un judío castrado por los nazis que testifica ante el tribunal. Haría este personaje con dos condiciones: que su escena fuera rodada en continuidad y que no se le pagara ni un solo dólar por ello.
Antes de rodar la escena, Clift pasó varios días mirando obsesivamente una fotografía de Kafka. Una mañana entró en la peluquería del hotel Bel Air, mostró el rostro de Kafka e indicó que le cortaran el peló así. La escena se rodó en abril de 1961, de un tirón y con varias cámaras. Tracy abrazó conmovido a Clift cuando este terminó. El resultado es un monumento del arte interpretativo. Nadie como Clift, dijo Richard Burton, salvo la Garbo, tiene la extraordinaria facultad de dar la sensación de encontrarse en inminente peligro, de que puede estallar o morir ante uno mismo en cualquier momento.
Es esta la mejor definición posible de la magistral escena, llena de violencia y contención, en la que Clift, casi totalmente inmóvil, jugando solo con su asustado y kafkiano rostro, hace un alarde de utilización sonora del silencio, y consigue comunicar con sus ojos dolor, estupor, inocencia, temblor, en un estado de total pureza y de total desastre.
En siete minutos, Clift entregó al futuro la esencia de un arte perfecto y en estado de gracia. Solo siete minutos le bastaron para fijar un prodigio de técnica incorporada a una inspiración torrencial. Solo siete minutos para que Clift, sin recibir un solo céntimo, se adueñara de la gloria del filme.”
El juez, ya lo hemos dicho, era Spencer Tracy. Y allí estaban también un furioso Burt Lancaster, que echaba fuego por los ojos; Richard Widmark, asumiendo extraordinariamente el papel de fiscal que Clift había rechazado; Judy Garland, ofreciendo una interpretación conmovedora mientras intentaba sobrevivir a sus adicciones, a sus crisis nerviosas y a sus problemas personales, y Marlene Dietrich, deslumbrando todavía a sus sesenta años con su caída de ojos. Pero, además, estaba Montgomery Clift, quien escribió durante siete minutos una de las páginas más bellas del arte de la interpretación.
Esos siete minutos constan de dos partes. En la primera, el fiscal le interroga hasta concluir que fue condenado a ser esterilizado, que realmente lo había sido y que la sentencia fue firmada por algunos de los jueces que se encuentran ahora sentados en el banquillo. En la segunda, el abogado defensor (Maximilian Schell) toma el relevo del interrogatorio y se dirige al testigo:
Defensor: - “Señor Petersen, ha dicho usted que en el Tribunal de Stuttgart le hicieron dos preguntas: las fechas de nacimiento de Hitler y de Goebbels. ¿No es cierto?”
Petersen: - “Sí, en efecto”
D: - “¿Qué más le preguntaron?”
P: - “Nada más.”
D: - “¿Podría decirme, señor Petersen, cuanto tiempo fue a la escuela?”
P: - “Seis años.”
D: - “¿Seis años?, ¿por qué no fue más?”
P: - “Tuve que ponerme a trabajar.”
D: - “¿Diría que fue usted un buen estudiante en la escuela?”
P: - “¿En la escuela? De eso hace ya tanto tiempo que no sé…”
D: - “Tal vez no era usted capaz de seguir a los demás y por eso…, por eso no continuó.”
P: - (No contesta)
D: - “¿Era usted capaz o no era usted capaz de seguir a los demás?”
P: - (No contesta)
D: - “Voy a referirme al informe sobre el señor Petersen librado por su propia escuela: No pudo progresar y fue trasladado a una clase para retrasados mentales.” (Ahora dirigiéndose al señor Petersen): “¿Dice usted que sus padres murieron de muerte natural?”
P: - “Sí.”
D: - “¿Querría usted describir con detalle la enfermedad de que murió su madre?”
P: - “Murió del corazón.”
D: - “En las últimas fases de su enfermedad, ¿dio muestras su madre de alguna peculiaridad mental?”
P: - “¿Mental? No, no.”
D: - “En el informe recibido de Stuttgart consta que su madre sufría debilidad mental hereditaria.”
P: - (Muy alterado) “Eso no es, eso no es verdad, no es verdad, no es verdad.”
D: - “Entonces podrá darnos usted una explicación de por qué el Consejo de Sanidad hereditaria de Stuttgart llegó a tal conclusión.”
P: - “Eso fue sólo algo que dijeron para ponerme en la mesa de operaciones.”
D: - “Con que sólo fue algo que dijeron.”
P: - “Sí.”
D: - “Señor Petersen, había un sencillo test que el Consejo de Sanidad empleaba en los casos de retraso mental. Ya que dice usted que no se lo hicieron entonces, quizás podría hacerlo ahora: forme una oración con las palabras liebre, cazador, campo. Tome el tiempo que quiera.”
P: - “Liebre, ¡bah!... Liebre…. Cazador…. Ya estaban de acuerdo cuando, cuando me hicieron entrar en el Tribunal, ya estaban de acuerdo. Ya estaban de acuerdo (gritando). Me metieron en el hospital igual que un criminal. Nada pude decir. Nada pude hacer. Tuve que… que quedarme allí. Mi… mi madre, ¿qué dicen de mi madre? Era una mujer, una sirvienta que trabajaba a todas horas, una mujer que trabaja sin descanso y no está bien lo que dicen de ella. ¡Ah, sí!, Quiero enseñárselo. Aquí tengo su fotografía. Me gustaría que la vieran. Querría que ustedes juzgaran. Les pido que ustedes me digan si ella era débil mental. Mi madre, ¿era débil mental? ¿Lo era?”
D: - “Considero que es mi deber señalar al Tribunal que el testigo no puede regir sus facultades mentales.”
P: - “Sé que ya no puedo. Desde aquel día. Hicieron de mí una sombra de lo que había sido.”
D: - “Este Tribunal no sabe cómo era usted antes, y nunca lo sabrá. Tiene sólo su palabra.”
En ese momento el juez suspende la sesión.
Liebre, cazador, campo…. No me extraña que el fiscal y los jueces necesitaran tomarse una cerveza al salir del Tribunal. Yo voy a tomarme una ahora mismo. Por si a ustedes les interesa les diré que me gusta mucho la Chimay etiqueta azul, y que nunca pierdo la oportunidad de pedir una botella de tres cuartos de litro cuando me acerco a la barra del Restaurante Juanito de Jerez de la Frontera. Me encantan las cervezas de abadía, oscuras y espesas, que compro a veces en el Carrefour o en el Supermercado de El Corte Inglés. Me gusta mucho el amargor de la cerveza Alhambra Reserva 1925, “la caducá”. Sé que no voy a ser muy original si les digo que fue en la cervecería “U Fleku” de Praga, donde me sirvieron la cerveza más rica que yo haya probado nunca. También me apetece de vez en cuando tomarme una pinta de cerveza negra en algún pub irlandés. En Madrid, cuando paseo por la zona, me gusta acercarme a la Taberna La Ardosa, para tomarme un vaso de cerveza tostada y un pincho de tortilla de patatas. A veces me lío yo solo y sigo con los canapés de tomate y anchoa, con el salmorejo, con la mojama y con las croquetas. Y entonces pido otro vaso de cerveza.
Ya no se me ocurre nada más que decir. Releo lo escrito y creo que como comentario de cine igual tiene un pase, pero como artículo dedicado a la cerveza ha resultado bastante penoso. Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Será porque yo nunca he sido muy cervecero, ya que no cabe duda de que el tema da mucho más de sí. En cualquier caso, vamos a bebernos juntos este post, porque aunque un vaso de cerveza no pueda compararse con una copa de vino, de vez en cuando también apetece.
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231 comentarios:
«El más antiguo ‹Más antiguo 201 – 231 de 231Yo siempre pensé que empezaba en la estación de Perpigan, incluso en la de Austerlitz. En el fondo es muy relativo, aquí siempre hemos pensado que los de Tarifa son el sur.
El sur empieza en el Polo Norte.
¿Y ese toing? No estàis a lo que estàis...
Fartón
¡Es verdad! TOING
en realidad el sur empieza en el toing
Anónimo, Agroalcudia, muy bien. Pedí el viernes y me sirvieron en casa la carne envasada al vacío el martes siguiente. Lo que he probado hasta ahora (un magnífico entrecot y un estofado que se ha visto muy favorecido por la pericia del cocinero) me parece muy recomendable.
Acabo de leer la crítica de Nikkei 225 en El País. Dice Capel que los korokke son graciosos, vamos que tienen gracia. Exactamente lo mismo se puede decir de sus artículos.
Y de él. Siempre le confundo con Popocho.
Licenciado, échele la carne de 120 días al perro.
Opción a) Pone cara de satisfacción
Opción b) Palma
En cualquiera de los dos casos, no la coma.
Dura profesión la de crítico gastronómico. Las dietas no llegan ni para pagar los menús, en los blogs les zumban, los menús están llenos de peligros...
Si no fuera porque pueden inventar palabras chulísimas yo creo que se habrían extinguido.
Creo que le dais demasiada importancia a lo de los críticos "pofesionales".
Pa echase unas risas está bien, pero tampoco da pa mucho más...
Cada vez más gente se da cuenta de lo que hay.
(tengan en cuenta la hora de este comentario; el estado de su autor queda en el economato)
Que sí, que hay crisis y que está pegando muy duro. Pero digo yo, ¿no hay otra forma de que un cocinero español de primera línea haga caja que no pase por abrir un gastrobar? ¿para cuándo un post de los gastrotimos que se dan en ellos?
La cocina de vanguardia, me temo, se nos viene abajo de este envite. Ponga una coctelería en su vida.
Franceses y anglosajones --aparte de sobre cocina-- nos podrían dar unas cuantas lecciones de cómo gestionar y expandir restaurantes. Y dicho sea de paso, me parece mucho más coherente lo que hace Santamaría abriendo en Singapur que Moragas, Paralelos y demás.
Y la crítica, en su mayoría, dando palmas. Pensaba que se evaluaba la cocina, no la cuenta de resultado de los cocineros.
En un gastromundo dominado por las tendencias, nacieron los gastrobares... Así podría empezar, sí.
Los gastrobares son la salida sencilla, la manera fácil de rentabilizar la marca. Y estoy seguro de que alguno bueno habrá, pero un bar no es un negocio fácil de llevar: horarios largos, flujos inestables de clientes, mucha rotación del personal en el caso de los gastrobares... Se da el caso de que mientras la casa madre no es negocio, el gastrobar es sobre todo negocio; le cae la responsabilidad de equilibrar sus cuentas y las del restaurante. Las cuentas no pueden ser baratas.
Mientras la apertura de un bar sea el objeto de la crítica gastronómica semanal de un diario con cobertura nacional, estarán de moda.
Martín Ferrand habla hoy sobre la bullabesa. Creo que las que menciona no son bullabesas, sino sopas de pescado, porque es es un plato que tiene normas estrictas, como tantos platos franceses.
En verdad os digo que en Arrop se come de pelotas, una cocina seria, solida,con apego la tierra y con mucha tecnica al sevicio de los platos. Buen servicio y excelentes panes. Si subiesun peldanho en los productos ya seria de ordago.
La carta de vinos bastante bien, gracias.
Vaya, para una vez que podía dar un toing. Es lo que tiene el vino.
SINGAPUR. Parte 1.
Singapur es casi el polo apuesto de Bangkok. Limpia, ordenada, puritana. No hay más que recorrer los escasos kilómetros que recorren el aeropuerto de la ciudad, convertidos ahora en parque con avenidas arboladas y con aspecto de una Suiza oriental. La realidad es que detrás de las altísimas palmera y los bosques se siguen escondiendo los edificios cutres de los trabajadores de la metrópoli. Y ese es el problema de Singapur: que todo parece querer ocultarse detrás de una fachada de cartón piedra en esa especie de carrera que han iniciado sus dirigentes para convertirlo en una suerte de Las Vegas, Dubai o Macao. Afortunadamente, todavía quedan reductos de autenticidad. Todo ello sucede al mismo ritmo en el plano culinario. Nuevos hoteles-Casino que agrupan bajo un mismo techo a Santamaría (¿cocina de terruño en Singapur y Dubai?), Savoy, Tetsuya, Daniel… o a Rocbuchon que abre dos nuevos en apenas unos meses. Franquicias que se intentan vender como si fuesen el original pero que no pasan de ser meras sucursales.
Vamos con algunos lugares interesantes:
MY HUMBLE HOUSE. Tremenda decepción en uno de los restaurantes que más me había impresionado hace unos años con su visión moderna y arriesgada de la nueva cocina china. Se ve que la apuesta no salió del todo bien y sus propietarios han decidido bajar el listón. En general, me quedé con una sensación de mediocridad a lo largo del extenso (y muy caro) menú, del que sólo se salvaron un abalone entero a la sal con kombu y su propio jugo, por su calidad y presentación, y un pargo con jugo de pomelo, soja y espinacas, francamente bien rematado. El resto, muy regular, con algún disparate como el solomillo con foie con el que despacharon la parte salada. Menos mal que los vinos se portaron, tanto un gran Joseph Faiveley Chablis Premier Cru “Montmains” 2006 como, en menor medida, el Joseph Drouhin Chablis 2008 porque ni siquiera el servicio estuvo a la altura. Una pena.
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IGGY’S. Una de las gratas sorpresas del viaje. Suelo evitar en Asia los restaurantes llamados franceses por razones obvias pero en este caso hice una excepción por las buenas críticas y porque la guía Miele lo nombró el año pasado mejor restaurante del continente. Recién trasladados desde el Hotel Regent al Hilton, el comedor es un espacio pequeño, al fondo de un oscuro pasillo, con una cristalera gigante (transparente u opaca según el momento) que lo separa de la cocina. De entrada, modales de alta escuela, buenos detalles y un menú muy razonable por unos 45 euros al mediodía que permite intercambiar platos y así tener oportunidad de probar más cosas. Más que cocina francesa, habría que hablar de cocina global: influencias japonesas, pastas italianas, presentaciones muy españolas, ingredientes asiáticos y franceses. Así, comenzamos con un rico aperitivo de cangrejo de Alaska con nube de pepino y agua de tomate. Estupendo también el tiradito de pargo con puerro y crema picante de pimiento rojo y espléndido foie, perfectamente desgrasado, con higos, jugo de frambuesa ácida y flores. Aun más alto el nivel con unos capellini con kombu, gamba dulce y aceite de cigalas y unos papardelle de algas con calamaritos y aceite de chile, muy sabrosos ambos. Ago deslavazado el mero con aceitunas, apio y zanahorias, soso. Tremendo, sin embargo, el pato confitado en casa con patata Yukon y ensalada, un plato a caballo entre Robuchon y Gagnaire, aparentemente sencillo pero técnicamente impecable. Muy bien el capítulo de postres, complejos y equilibrados: tanto el bizcocho de limón y semillas de amapola con sorbete de frambuesas y praliné de cereales integrales como el mango especiado con helado de chocolate blanco, galleta, sal, pimienta y flores. Además, el propietario es un buen catador y tiene una colección de Borgoñas impresionantes ( a precios de vértigo en muchos casos). Nosotros nos hicimos con un estupendo Domaine Gauby Le Soula Rouge, Vin de Pays de Côtes Catalans 2005, una garnacha muy interesante de un productor que a mí me encanta. Servicio impecable, incluso en el servicio del vino y factura moderada. Muy recomendable.
El grupo Nove en el Hola. El día que consigan una clientela fija, amplia y estable fuera de las temporadas de verano, habrán triunfado.
Ya se que la coctelería no suscita demasiado interés´por aquí, pero paso a relatar parte de lo que me he llevado al gaznate este fin de semana en el BIANCALANI de Fránfort del Mena. Para mí la mejor barra de FF junto con la del Hotel Roomer´s, pero a precios de derribo (entre 7 y 10 euros la copa). Una de las cartas de cócteles más creativas y pintonas que he visto en bastante tiempo, con bebidas complejas y mucho uso de hierbas, especies, chiles y tinturas caseras. Vajilla decente e hielos extraordinarios (v.g. una bola de hielo cual pelota de tenis para el Sazerac), algo que puede parecer una gilipollez, pero que en Centroeuropa no se da jamás por supuesto (parece que le tienen alergia al hielo).
Tres copas que me han parecido especialmente destacables:
"Daiquiri Végétal", con ron blanco de Barbados, azúcar, lima, Bénedictine, salvia fresca y unas gotas de Elixir Vegetal de Chartreuse.
"Dust Devil", con rol Elements 8, sirope de agave, limón, hierba artemisa y mermelada de pera Williams.
Y adictiva una variación del Moscow Mule que incorporaba un poco de mermelada de esos escaramujos amarillos que crecen tanto en las cunetas alemanas.
Los clásicos que bebimos (Mint Julep, Sazerac, Manhattan, Aviation etc.) también perfectamente ejecutados y a precios de risa.
Si alguien tiene una noche tonta perdido por aquí, que no lo deje pasar.
Licenciado, yo creo que aquí hay grandes aficionados a la coctelería. De hecho buena parte del éxito de la neogastrococtelería madrileña descansa en algunos de los aquí presentes.
Deberíamos dedicarle una semanita al gimlet y nuestros cócteles favoritos y de paso hablamos de El largo adiós.
Leo en el blog de Matoses que nuestros buenos amigos Los 3 cerditos, están a punto de volver, con nueva formación -eso lo digo yo- y renovadas energías.
Estoy seguro de que la hostelería madrileña les añoraba.
Entrevista con Ferrán en Decanter. Habla de la relación entre el dinero y la posibilidad de comer en el nuevo Bulli. "No será un restaurante", dice.
También dice que no quiere que sólo gente rica coma en su restaurante, que no tendrá que ver con dinero. Así pues, parece que, como con el papel dorado de Willy Wonka, todos podremos ir a comer al nuevo Bulli, con veinte céntimos y mucha suerte.
Una pregunta: ¿La Cantamora sigue en Evaristo San Miguel o cambió de emplazamiento? Me suena haberos leído algo, pero no las tengo todas conmigo.
La Cantamora, de momento, no existe en ninguna ubicación física.
Esperemos que Juan se anime a volver pronto, La Cantamora se había convertido en un sitio de referencia en Madrid.
Para los fans de Ferris Bueller's day off y de John Hughs en general, Rumores y mentiras. Emma Stone va a ser una estrella.
Tremendas amanitas en el Tanico's de Fuengirola la pasada semana. Por si a alguien le pilla cerca, durante estos días van a andar de jornadas gastronómicas con un menú integramente dedicado a las setas.
Y, por si a alguien le interesa, reabre sus puertas uno de los comedores más míticos de Londres, el Savoy Grill. Desde hoy ya acepta reservas.
SINGAPUR. Parte 2
Vamos con la que iba a ser la estrella del viaje, WAKU GHIN. La primera sucursal fuera de Australia del laureado Tetsuya Wakuda, uno de los cocineros más respetados del mundo. El restaurante, en principio, lo tiene todo: un cocinero de prestigio, una ubicación privilegiada en la cuarta planta del Marina Bay Sands, el nuevo edificio emblemático de la ciudad, con espectaculares comedores semiprivados en plan teppanyaki donde el aforo se reduce a seis personas, con el mejor producto que se puede encontrar en la zona y un servicio de sala modélico. Hasta ahí todo bien, incluyendo los más de doscientos euros que cuesta ese menú degustación único y obligatorio. Dejando a un lado los incomodísimos taburetes y la perspectiva, algo absurda, de tener que estar apoyado en la barra media comida, la verdad es que la cocina no me terminó de convencer.
El desfile empieza con unas breves instrucciones y una bandeja presentando un producto espectacular. Lo malo es que, o yo me enteré mal de la jugada o la mitad del producto se quedó para exhibirse porque, salvo con el bogavante americano, donde sí advirtieron que había un extra añadido si lo queríamos, hubo cosas que no pasaron por mi plato. Comenzamos, pues, con los dos mejores platos del menú. Curiosamente, con dos de los tres que no son nuevas creaciones, sino que provienen de la casa madre en Sydney. Dos genialidades absolutas: el llamado “como una ostra”, una vieira con jengibre, polvo de foie, vinagre de arroz y agua de ostra que, efectivamente, por textura, cremosidad y salinidad recuerda a ostra, y la copa de Butan Ebi (una gamba japonesa) marinada con erizo de mar, una generosísima cantidad de caviar oscietra y yema de huevo de codorniz congelada y atemperada un poco. Una barbaridad de plato, brutal, donde la yema adquiere una textura parecida a la del tuétano. Desconozco porqué el menú está diseñado así pero, a partir de ahí, el nivel baja notablemente. Aun así, mantuvo el tipo la navaja doblemente cocida en ensalada con crema de ajo. Después, un apreciadísimo pescado japonés, el “ayu” con hinojo y daikón, una especie de acedía frita a la que yo no terminé de verle la gracia. Lo mismo me pasó con un abalone a la plancha algo gomoso con frégola (una pasta siciliana), rúcola y tomate cherry, una combinación poco acertada. Igual de intrascendente la ensalada templada de solomillo de vaca, por mucho que la verdura fuese orgánica y la vaca del valle de Cape Grim en Tasmania, donde cada vaca dispone de un acre para pastar, y estuviese envejecida durante 75 días. Mucho mejor el carpaccio enrollado de vaca Wagyu de BLackmore (vaya producto) al teppanyaki con soja, cítricos, wasabi fresco, miso blanco acidulado y ajo frito. Curiosamente, es el otro plato que proviene de Sydney. Terminamos la parte salada con un plato incomprensible para mí, un caldo de arroz de sushi con un sashimi de red snapper que al escaldarse se quedó como una suela de zapato. Quizás no lo entendí. Y, antes de cambiar de sala para pasar a los postres, un té verde llamado Gyokuro que se cultiva en la prefectura de Kyoto y se supone que es uno de los más apreciados y caros del mundo. Me abstengo.
Antes de marcharnos, una breve conversación con el joven cocinero, natural de Tokyo y souschef de Sydney, un virtuoso de la plancha, metódico hasta el límite y gran admirador de Andoni Luis Adúriz que se deshizo en explicaciones sobre los platos.
Los postres y petir fours, sin interés salvo los impecables macarons, se ofrecen en una sala aparte, con vistas al centro de la ciudad y con mesas más cómodas para tomar el café o un digestivo.
...
La carta de vinos es extensa y, como cabe esperar, con precios más bien subiditos. Calculen ustedes que parecida a la de un grande parisino. Salvo por un detalle algo inquisitorial de la sumiller, empeñada en decidir qué vino armonizaba con nuestra cena, el servicio del vino es muy correcto. Bien el Paul Roger NV Extra Brut y estupendo, aunque muy joven, el Olivier Leflaive Narvaux-Mersault 2007 que nos acompañaron.
Servicio impecable, casi diría que exquisito, con multitud de detalles. Factura astronómica, casi disparatada, para un restaurante que sólo cumple sus expectativas en parte. Confieso que el otro día en Madrid pensé en qué suerte tenemos por contar con algunos de los mejores representantes del mundo de este tipo de cocina.
En el Savoy Grill: "The menu will offer starters such as Boudin blanc foie gras with spiced quince and King crab cocktail, whilst main courses will include Lobster Thermidor and Beef Wellington from the trolley, followed by puddings such as a classic Mille-feuille and Ice cream bombe".
Pura historia gastronómica, me encantaría probarlo. Qué pena de no tener un hueco.
Gran artículo y gran mundo el de la cerveza... a mi me gusta probarlas de todos los países!! os dejo esta página que las manda a casa en 24h...
www.cerveceo.com
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