jueves, 27 de noviembre de 2008

El día de Acción de Gracias


El Día de Acción de Gracias, que se celebra hoy en Norte América tiene su origen como festividad asociada a la recogida de la cosecha y al reconocimiento por las posesiones materiales y espirituales. La primera fecha de la que se tienen datos, nos retrotrae hasta Septiembre de 1565 en Saint Augustine, Florida. No se tiene constancia de que Pocahontas o John Rolfe hubieran acudido a esta primera celebración. Eran demasiado pequeños y estaban en otras cosas. En Canadá, Thanksgiving tiene lugar el segundo lunes de Octubre, mientras que los estadounidenses lo celebran el Cuarto jueves de Noviembre.

Este día, típicamente familiar, es el de mayor movimiento de personas en todo Norte América; muy por encima de las celebraciones navideñas. Conseguir un billete de avión en estas fechas es tarea siempre complicada. A esto se une el habitual clima intempestivo que se suele dar durante estos días en la mayor parte de los USA, lo que hace de este fin de semana uno de los más complicados en cuanto a moverse del punto A al punto B; sobre todo si el primero es Snoqualmie (Washington) y el segundo Tallahassee (Florida). O viceversa.

Asimismo, en este mismo día tiene lugar en Nueva York, el tradicional desfile de Macy's con la llegada del Sr Claus y el simbólico inicio del periodo navideño. El día siguiente al de Acción de Gracias, conocido como el Viernes Negro, es con diferencia el de mayores ingresos por ventas en los centros comerciales.

Como esto es un blog gastronómico, nos centraremos en los aspectos culinarios de esta peculiar celebración. En este sentido, nuestros amigos americanos; los nuestros, no los de Patricia Highsmith, no se han caracterizado en demasía por la imaginación y llevan comiendo desde hace siglos lo mismo. El reiterativo menú, gira siempre alrededor de los siguientes platos:

- Pavo Asado, con un relleno de pan de maíz y acompañado por una jalea o salsa de arándanos rojos.
- Una cacerola de judías verdes o verduras variadas.
- Y de postre… No, no es flan de huevo; de postre, un pastel de calabaza. Probablemente, de alguna de las que sobraron de Halloween.

Esta festividad tiene, asimismo, sus connotaciones deportivas. Los partidos de fútbol americano que se celebran en esta fecha suelen encontrarse entre los programas más vistos del año. Vamos, algo así como el Torneo de Navidad del Real Madrid. Acaso alguien no recuerda a Carmelo Cabrera y Walter Szczerbiak dando caña a los muchachos esos de la Universidad de Carolina del Norte. Para los que vivís pegados al satélite, deciros que el partido más importante de hoy lo disputarán los Dallas Cowboys contra los Seattle Seahawks. Ni idea, aunque poder ver a las Cheerleaders de los Cowboys es en, sí mismo, un acontecimiento para dar las gracias.

Infinidad de películas transcurren o tienen sus escenas claves, alrededor de la mesa familiar del Día de Acción de Gracias. Probablemente, la mejor de todas sea esa obra maestra de nuestro amigo Woody:”HANNAH AND HER SISTERS”, aunque aquí os detallo algunas de las que me gustan:

- ICE STORM: excepcional película de Ang Lee, con un Kevin Kline en su mejor momento y Sigourney Weaver igual de bien que siempre.

- PLANES, TRAINS AND AUTOMOVILES. Comedia protagonizada por el ex-histriónico John Candy y Steve Martin.

- ALICE,S RESTAURANT: Película dirigida por Arthur Penn ; con el auténtico Arlo Guthrie y Pete Seeger. Pavo y Contracultura. Curiosa mezcla.

- HOME FOR THE HOLIDAYS: Con la nunca suficientemente alabada Anne Bancroft, Robert Downey JR (entre “rehab y reahab") y Holly Hunter. Dirigida por la primera Clarice Sterling.

- THE MYTH OF FINGERPRINTS: Dirigida por el marido de la segunda Clarice Sterling.

- SCENT OF A WOMAN: Aunque el tema central no es el Día de Acción de Gracias, la película transcurre en esas fechas. Tiene gracia que Al Pacino se llevara el Oscar en esta película. Los que dan los Oscars deben ser amigos de los de la Michelin.

- PIECES OF APRIL: Una aceptable comedia protagonizada por la actual mujer del Cienciólogo.

Adjunto una receta adaptada de una versión del típico pavo asado del Día de Acción de Gracias.

PAVO CON GLASEADO DE GRANADINAS

- Un pavo de unos 5 – 6 kilos.
- Unas 20 hojas de salvia fresca.
- Mantequilla o manteca de cerdo.
- Caldo de pollo.
- Para el glaseado de granadina necesitáis:
- El zumo de tres o cuatro granadinas.
- 2 cucharadas de melaza de granadinas. ( si no la encontráis no pasa nada)
- ¼ de taza de miel
- 2 cucharadas de zumo de limón
- 2 tazas de agua tibia.
- ½ taza de vinagre balsámico
- 2 cucharadas de salsa de soya baja en sal.

Limpiar el pavo con agua fría y secar. Embadurnar con mantequilla o manteca de cerdo y agregar sal y pimienta. Realizar diversas incisiones en la piel del pavo e introducir en las mismas las hojas de salvia. Colocar el pavo en una bandeja de asar sobre una rejilla. En la parte de abajo y sin que tenga contacto con la carne del pavo, colocaremos el caldo de pollo que iremos reponiendo según se vaya consumiendo. Cocinaremos primero el pavo durante 45 minutos a unos 210 grados, rociando en alguna ocasión el mismo con el caldo de pollo. Mezclar e incorporar todos los ingredientes del glaseado.

Transcurridos estos primeros 45 minutos, bajar la temperatura a 175 grados y glasear ligeramente el pavo por primera vez con la mezcla. Cocinar otros 55 minutos, con cuidado de que no se nos acabe el caldo de pollo, que seguiremos incorporando a la base de la bandeja, pero que ya no usaremos para rociar el pavo, una vez que ya hemos llevado a cabo la primera aplicación del glaseado.

Después de estos 45 minutos, nos quedarían unos 20 minutos de cocción. En este período deberemos aplicar nuevas capas de glaseado. El pavo debe adquirir un tono rojizo, con la piel caramelizada. La temperatura interna final de cocción del bicho debe ser de unos 72 – 76 grados. Dejar reposar unos minutos antes de dar las gracias.

Y si no sabéis de qué dar las gracias,
os dejo lo que dice un buen amigo mío. O si preferís leerlo podéis hacerlo aquí.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Galianos


Cuando en España había pastores, cuando hacía frío en otoño y más frío en invierno, cuando la economía era de subsistencia y se combatía la noche en el campo con sopas y con caza, antes de que la pasta nos llegara de China, antes de que Colón llegara a América, en los montes de La Mancha.

La base del plato, su hilo conductor, son las tortas cenceñas; pequeñas obleas de harina, sal y agua -sin levaduras, difíciles de conservar durante los viajes- cocidas en la lumbre y ahumadas en las brasas. Cuando tengamos a punto nuestro pan ácimo -que podemos encontrar ya hecho en algunos colmados castellanos y madrileños-, pondremos una olla con una perdiz, medio conejo, media liebre y un cuarto de gallina y cubriremos de agua. Ni que decir tiene que hablamos de caza batida en buena lid, a golpe de perdigón y de gallina vieja, dura y sabrosa. Coceremos cada pieza en su punto, añadiendo la sal que consideremos necesaria y guardaremos el caldo de cocción, que habremos reducido al menos hasta una tercera parte de su volumen inicial.

En su artículo "Los gazpachos españoles", Néstor Luján describe una versión extremadamente sabrosa y sofisticada de esta receta, en la que detalla que "la leña era de monte bajo –retama, romero, tomillo-, humosa y perfumada"; las resinas son pues, un ingrediente más. En la lumbre viva que nace de la leña, pondremos una sartén con un chorretón de aceite, unos dientes de ajo y dos cucharaditas de pimentón. Dejaremos que el pimentón se fría durante menos de un minuto y añadiremos el caldo de la caza, removiendo sin parar hasta que empiece a hervir. Cortaremos entonces un par de tortas en pedazos irregulares con las manos y las coceremos durante quince minutos, removiendo sin parar. A falta de Avecrem u otros potenciadores de sabor, se las apañaban para realzar los sabores con la casquería. Así pues, le añadiremos a la sopa unos higadillos escogidos de la caza, previamente majados en un mortero.

Finalmente comprobaremos que nuestra sopa tiene el punto de salazón correcto y añadiremos un golpe de pimenta negra molida, quizá un poco de nuez moscada y una ramita de tomillo o romero, todo ello con mucho tiento para no perder en un minuto lo que hemos ganado durante dos horas. Añadiremos la carne cortada en tiras finas y, apartando la sartén del fuego, dejaremos reposar nuestro guiso durante cinco minutos, para que las carnes entren en calor y la sopa no nos abrase.

Se llaman gazpachos gallegos, su etimología quizá nos lleve al término Caspa, refiriéndose a que se trata de un plato de restos, o galianos si recordara las transhumancias por los caminos romanos. Un guiso de gente que tenía tiempo y hambre, uno de los platos más sabrosos y complejos de la gastronomía española. En ese erial de pobreza y sol que es la meseta sur, donde Castilla es ancha.


Foto: www.gallinablanca.es

domingo, 16 de noviembre de 2008

Gazpachos


Lo de los gazpachos en Andalucía es un mundo y un lío. Pero un mundo muy rico, eso sí. Y eso que el nombre se las trae, que leo que la palabra gazpacho proviene del latín “caspa” que quiere decir restos, sobras, menudencias y que a lo mejor explica la similitud del nombre con los gazpachos manchegos, guisos potentes de caza (carnes troceadas de conejo y perdiz) setas y hortalizas que se sirven sobre unas tortas de pan y que difieren de los andaluces tanto en ingredientes como en elaboración. Vamos que se parecen como un huevo a una castaña.

En Andalucía, el origen del gazpacho consistía en pan duro mojado en agua, añadiendo después aceite de oliva, ajo, vinagre y sal y este plato, tal cual lo he dicho, se conoce hoy con el nombre de mazamorra, se sirve con guarnición de huevo duro y aceitunas negras y se puede tomar en Casa Pepe de la Judería, en Córdoba. Y es que hoy el nombre de gazpacho se reserva para la versión con tomate, ingrediente que, por cierto, le viene al plato como anillo al dedo

Variedades de gazpachos “coloraos” hay unas cuantas. Las más conocidas el gazpacho, el salmorejo y la porra antequerana, aunque los canarios le llaman salmorejo a un adobo de ajo, aceite, vino, vinagre, pimentón y especies con el que luego preparan un guiso de conejo, pollo o cerdo.

Pero volvamos a Andalucía para preguntarnos las diferencias que hay entre estas sopas frías y contestarnos rápidamente que cualquiera sabe. Cada andaluz con el que he hablado del tema me ha contado una historia diferente. Para algunos, si se pasa por la batidora ya no es gazpacho, sino salmorejo. Otros dicen que el gazpacho no lleva pan, ya veis qué cosa tan rara, o que debe llevar pepino. Si lleva pepino no es salmorejo, te dirá un cordobés. El salmorejo se come con cuchara y el gazpacho se bebe, dicen los más, pero ¡qué va!, puedes hacer un gazpacho más o menos líquido y bebértelo como los policías en “Mujeres al borde de un ataque de nervios” o comértelo a cucharadas. Además está la porra antequerana, a la que no le reconozco más diferencia con el salmorejo que aquélla es típica de Málaga y éste de Córdoba, aunque no faltará quien diga que un salmorejo al que se le añade pimiento deja de ser salmorejo y se convierte en porra, o que la porra se come con cuchillo y tenedor o que…. Muy bueno también el zoque malagueño, que se hace majando ajo, pimientos, tomates y miga de pan remojada y añadiendo aceite, vinagre y sal, o sea un gazpacho. Y aunque el gazpacho se toma fresquito (pero no helado, aunque también he visto helados de gazpacho, que hoy se hacen helados de cualquier cosa) en Cádiz se sirve uno caliente que es costumbre comer acompañado de gajos de naranjas. En otros sitios sustituyen el vinagre por limón o le añaden hierbabuena y le cambian el nombre. Debates, debates.

Y gazpachos sin tomates también los hay, como la mazamorra que ya hemos nombrado, o como el ajo blanco, que sustituye las hortalizas por almendras o por piñones; o el “aguaíllo” típico de Lora del Río, que consiste en machacar ajo con sal e ir añadiéndole aceite hasta que ligue (os suena, ¿verdad?, aunque esto en otras partes se llama alioli o ajoaceite) y cuando ha ligado se le incorpora cebolla picada y miga de pan; o un plato malagueño, el gazpachuelo, que es una sopa de a base de mayonesa, caldo de pescado y patatas cocidas. En Córdoba, en el Mesón de Juan Peña, hacen un salmorejo de espárragos trigueros, que está muy rico, eso sí, pero a este paso en algún restaurante harán una vichyssoise y le llamarán salmorejo de puerros.

Platos todos ellos sencillos y con ingredientes baratos (con la excepción de los piñones, que quizás sea el más caro de los frutos secos debido a lo laborioso de su recolección) y que, al igual que el mojo de la abuela, se pueden combinar con cualquier cosa y encarecer hasta donde se quiera. Así en Tragabuches se servía un salmorejo con huevo roto y puntillitas, un gazpacho con almejas y pipirrana o un ajoblanco con caballa ahumada, arenque y chantarella. Los arenques también se emplean en Viridiana con el gazpacho de fresones y se puede tomar si lo pides y lo pagas ¡toma fusión! un salmorejo con percebes. En Aponiente el salmorejo lo hacen con tomates asados y lo acompañan de acedías rellenas de jamón; en la Alquería el gazpacho es con bogavante y albahaca y en Calima, Dani García prepara una versión del gazpachuelo malagueño con carabineros.

Versiones más clásicas se pueden encontrar en mil sitios, pero yo os voy a dar una buena dirección por si os pilla de paso: Juanito en Baeza.

Y para beber, manzanilla.

Foto que ilustra el post: Mujeres al borde de un ataque de nervios

lunes, 10 de noviembre de 2008

Barras (1 de 3)



Cuadradas, redondas, alargadas…me gustan todas.

Tengo en la memoria las barras en las que se tomaba el aperitivo en una época en la que las bodegas reinaban en los barrios, establecimientos dónde se compraba el vino a granel y se bebían “chatos”.

Recuerdo los alargados mostradores de mármol o granito sobre los que el agua corría alegre para refrescar los vasos y sobre los que cualquier recipiente que no fuera una frasca, desentonaría de una manera grosera y donde, siempre, se podía encontrar un grifo de “vermú”.

Me relajo en las señoriales barras de madera que invitan a buscar las esquinas para compartir charlas, que empiezan de forma tranquila y suelen acabar con un cierto trastabilleo de palabras.

Echo de menos las barras cubiertas de platos rebosantes de pinchos, cada uno de ellos con su palillo para que el echar la cuenta de lo comido resultara fácil.

Me siguen encantando las barras/pizarra en las que las tizas hacen la vez de agenda electrónica para recordar lo consumido y sacar la cuenta.

Me pongo tierno con las barras de los pequeños locales en pueblos perdidos que son a la vez mostrador, barra, estantería…y que guardan la memoria de innumerables tardes de hombres (siempre hombres) hablando del tiempo y de la cosecha.

Me siento cómodo en las barras que tienen la altura y la orientación perfecta para apoyar el codo y, medio girado, poder gestionar, al mismo tiempo, el vaso y la mirada para beber y disfrutar viendo a la gente.

Me impresionan las grandes barras de bares de hotel que no han llegado a conocer el olor del café, pero pueden reconocer todo tipo de copas de cocktail y son confidentes de secretos de alcoba y de negocios.

Me he acostumbrado a comer barras de sitios orientales, que me han permitido disfrutar de la comida de una forma distinta.

Me sube las pulsaciones el recuerdo de barras en lugares oscuros dónde, en algunas ocasiones, la música era el complemento perfecto a encuentros furtivos y, en otras ocasiones, la música era la gran protagonista y me hacía cómplice de su melodía.

Cada barra tiene su personalidad y su historia pero, sobre todo, tiene su lugar en la memoria pasada y futura y, al igual que la buena mesa, la disfrutas mucho más en buena compañía.

(Continuará...)

jueves, 6 de noviembre de 2008

El mercado de Borough


"Mind the gap". El soniquete se clava en el cerebro, nos avisa de que no metamos la pata en el espacio que queda entre el tren y el andén. Los trenes en el metro pasan cada dos minutos y con una puntualidad y educación a la que no estamos acostumbrados, el transporte público inglés nos lleva al mercado de Borough a la sombra de la catedral de Southwark. Son las doce de la mañana y la sorpresa para el español es mayúscula: se encuentra atestado de gente. Centenas de turistas que hacen cola en todos y cada uno de los puestos. Estómagos de culturas diferentes que entran en resonancia en cada puesto, todos intentamos calmar los jugos gástricos; nuestras hambres rugen en el mismo idioma.

El mercado me recibe con un queso soberbio, un Stilchelton de leche cruda de oveja que es sólo el preludio de lo que me voy a encontrar. Descuidado, dejándose querer por el turista, pero sin ceder una sola pulgada de calidad, cada uno de los puestos nos maravilla. Más tiendas de quesos con un Comté afinado delicioso que hace palidecer casi cualquier versión que recuerdo, a su vera el Gabietou, el Bethmale, el Ossau Iraty o el Salers de Buron, decenas; las sales gourmet aderezadas de Noirmontier: orégano con riesling, especias picantes, hierbas aromáticas, ahumada. Mantequillas de un sabor intenso y cremoso, que casi había olvidado, las ostras de Colchister, etiquetadas por número -tamaño- y precio. Algunos puestos nos deslumbran con una variedad exuberante de panes: Rustin Rye, Pan au Levain, Walnut & Sundried Apricot, Malthouse Granary o el Rye Pumpernickel; no hay etiqueta en la que no ponga orgánico -un concepto que arrasa en Londres- y no será la única tienda donde suceda. Encurtidos, charcutería, hamburgueserías de carne de ternera madurada -es común poner el tiempo que la han tenido en la cámara. Un ambigú de tentaciones.

La parte final se vuelve más clásica, allí se exhiben multitud de verduras, ingredientes exóticos -chiles rojos y verdes, raíz de jengibre-, multitud de tipos de patatas etiquetados -King Edward, Ratte, Pink Fir Apple...-, hermosísimos cortes de ternera de mucha calidad como pudimos comprobar en varios de los sitios donde comimos o setas que sorprendente e independientemente de su variedad, se venden al peso. Como en París, encontramos que aquí es fácil encontrar cantidad y variedad de piezas de caza: grouse, pichón, perdiz o conejo.

Con unos pedazos de queso, embutidos sicilianos, panes y alguna que otra cerveza elegimos para calmar el apetito unos fish & chips -no sin antes haber probado uno de los perritos calientes de los puestos aledaños. Dispuestos a demostrar, a demostrarnos, lo horrible que es el concepto -son nuestros principios-, nos aproximamos al chiringo como corderos a punto del deguello, con prejuicios provincianos grabados a fuego de frases mil veces repetidas. Acurrucados bajo la sombra de la catedral, disfrutamos un bacalao rebozado jugosísimo y unas patatas fritas y acabadas con un golpe de vinagre sencillamente espectaculares; no sólo nos encontramos con una buena materia prima, sino que además tienen mano con la preparación. Borough te quita las telarañas gastronómicas de la cabeza a golpe de producto.

Mientras los turistas montan picnics improvisados en el cesped, el español abre un poco más los ojos y piensa en los meses que tardaría en descubrir todos los secretos de este mercado. Los trenes machacan el techo del edificio y hacemos una última visita a Vinópolis, la enorme tienda de vinos que está situada a unos metros, para descubrir que en el tema de ginebras, ellos ganan, allí están todas las que conocéis y muchas más. La selección de vinos no nos emociona y cuando empieza a caer el sol, cansados e impresionados por el espectáculo, volvemos a Picadilly de camino a Fortnum &Mason.

Despedidas de solteras con vestuario de Peter Pan, hordas de españoles y japoneses de shopping, pubs y más pubs repletos de grupos de ingleses bebiendo pintas en la puerta, un nervio eléctrico que cruza Rengent's Street. Suena aquí y allá un himno de Coldplay sincopado a ritmo de campanas, coros y violines que bate una y otra vez nuestros oídos hasta que le pone etiqueta a los recuerdos, a Oxford Street. Londres es un chute de vida.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Once recuerdos


1. Nápoles. Escoger una ciudad italiana es complicado, pero yo me voy a quedar con Nápoles (después eso sí de recorrer mentalmente las ciudades de la hermosísima región de Toscana). Y me quedo con Nápoles porque subí a la Certosa de San Martino una mañana de invierno y desde allí vi la bahía. Creed que basta con eso para caer rendido, pero es que hay más. Por ejemplo un viaje por la costa a la sombra del Vesubio hasta llegar al pueblo de Positano en la costa amalfitana y, allí, beberse un limoncello. O un paseo por los viejos barrios, viendo puestos callejeros y ropa tendida al sol. O un café en el Gambrinus acompañado de un sfogliatelle como del que se sirvió Connie Corleone para envenenar a Don Altobello. O un Pizza Marinara y una botella de Taurasi en una pizzería donde, todavía, se rinde culto a Maradona. O las islas.

2. Sevilla. Sevilla no necesita adjetivos. Como los post necesitan un toque cultural, vamos a resolver rápido esa cuestión y dejamos que de Sevilla hable Manuel Machado.

Cádiz, salada claridad...
Granada, agua oculta que llora.Romana y mora, Córdoba callada.Málaga, cantaora.Almería dorada...Plateado Jaén...
Huelva: la orilla
de las Tres Carabelas.Y Sevilla.


3. Creta. Las islas griegas en temporada alta son lo más parecido a la estación de metro de la Puerta del Sol. O sea, que hay que ir en invierno y llegar en barco. Olivos y vides. Buen aceite y buen vino. Rebaños de cabras. La patria del Minotauro. Y un pueblecito maravilloso al este de la isla: Haghios Nikolaos, con una taberna en el puerto, tan cerca del mar que nos mojábamos los pies mientras cenábamos: queso de cabra, tomates asados rellenos de arroz, calamares a la plancha, pasteles de harina, miel y nueces, vino local. Y a la vuelta, escala en Santorini.


4. La tortilla de patatas de la tía María. Es curioso lo que pasa con la tortilla de patatas: cinco ingredientes patatas, cebollas y huevos, aceite y sal y no hay dos tortillas iguales. Casi todos guardamos en la memoria un plato que comíamos de niños en nuestras casas y que luego nunca hemos vuelto a probar igual y en casi todos los casos ese plato es la tortilla de patatas. También para mí. La tía María, ¡cómo cocinaba esa mujer!, el atún mechado, la falda de ternera al horno, los callos con garbanzos, las papas en amarillo y, por encima de todo, la tortilla de patatas. Llevo media vida buscando ese sabor. No lo encuentro.


5. Trinidad de Cuba. América está llena de ciudades coloniales preciosas, así que no sé explicar por qué me gustó tanto Trinidad. Seguramente contribuyó la ausencia de anuncios, lo que le da un encanto extraño; o que, cuando yo estuve, no había prácticamente turistas; o que acabábamos de visitar un museo de la revolución donde nos enseñaron unas zapatillas del Che; o porque estábamos inundados por ese clima tropical que parece que te va a disolver; o porque llenamos nuestra cabeza de salsa, de mambo, de rumba, de cha-cha-cha. O por el ron.


6. Los Beatles. Decía Gabriel García Márquez que la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Y una frase atribuida a Emilio García Riera: “Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida.” Y sigue García Márquez: “Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias.” Lo cierto es que cuando empezaron a cantar los Beatles el mundo cambió.

7. El Cairo. El Cairo tiene un tráfico caótico, al que no le ayuda demasiado los rebaños que cruzan por la ciudad ni el modo de conducir de los egipcios y es, además, una ciudad donde resulta difícil pasear. Si siempre conviene ver las ciudades desde un punto elevado, en El Cairo es indispensable subir enseguida a la torre de la isla de Gécira, desde donde se divisa un panorama magnífico a ambas orillas del Nilo: hacia occidente, las pirámides de Gizeh y, más allá, las de Saqqara; por todas partes los minaretes de las mezquitas y una ciudad enloquecida a la que conviene bajar rápido para sumergirse en sus aromas. Y se recomienda tener buen ojo para huir de los restaurantes de cocina occidental y descubrir algún lugar donde probar las delicias de la comida egipcia, acompañadas, quizás, de una cerveza local manifiestamente mejorable.

8. Trillar en la era. De niño, claro. A los que más nos gustaba trillar era a los que no teníamos obligación de hacerlo. Ese olor a paja, el trillo, una mula que se llamaba Margarita, el botijo, el calor, las vacaciones, que duraban una barbaridad. El verano.

9. Chichicastenango. Primero cruzar en barco el lago Atitlan, rodeado de volcanes y luego, por una carretera que no para de subir, seguir hasta Chichicastenango en día de mercado. Todo se vende: ropas, telas, imágenes de animales y de santos, cestas de palma y paja, cerámica, cuero, joyas, bisutería, frutas, velas. Mercado indígena de colores chillones. Y una visita al Santo Maximón para pedirle un deseo o para fumarse un puro con él.



10. Amancio. Betancort, Calpe, De Felipe, Sanchís, Pirri, Zoco, Serena, Amancio, Grosso, Velázquez y Gento. Esta es la alineación que yo recitaba de carrerilla. Estos le ganaron la Copa de Europa al Partizan de Belgrado. Los ye-yes. Y sobre todos Amancio. Nunca le dieron un Balón de Oro, pero yo, que me vestía con una camiseta del Real Madrid con el número ocho a la espalda para ver los partidos, le consideraba el mejor de España, de Europa, del mundo.

11. Cádiz. La nombro la última pero es la primera. A la ciudad se puede llegar desde Puerto Real cruzando el puente José León de Carranza o en el vaporcito de El Puerto, aunque a mí me gusta más cruzar el caño de Sancti Petri por el Puente Zuazo y entrar en la Isla de León por San Fernando y, a ser posible, escuchando a Camarón. Decía que a la ciudad se puede llegar por varios sitios pero, cualquiera que sea la ruta, cuando me acerco siento correr hormigas por el estómago. Me impresiona esa recta rodeada de agua, tan larga, tan larga, y que tiene premio al final: la Tacita de Plata. Mi lugar en el mundo.

Fotos que ilustran el post:
- Vista nocturna de Positano
- Palacio de Cnossos en Creta
- Ron Havana Club
- Los Beatles. Abbey Road.
- Amancio Amaro.