jueves, 27 de mayo de 2010

Al cuarto día en Nueva York


Nuestro Concierge es una máquina. Justo cuando estábamos haciendo las maletas nos trae un telegrama que acababa de recibir. “Pospuesta reunión con Doolittle & Mackenzie hasta semana que viene. Disfruta NY. Firmado Javier Magoo de la Riva. V.P. Seguros Santa Lucía.“De poca madre. Un par más de días en NY. Nuestro Concierge se ofrece a cambiarnos las reservas de avión y buscarnos restaurantes para estos dos días caídos del cielo, que diría otro neoyorquino de pro: Ray Loriga. También nos ofrece otros servicios que, cortésmente, declinamos. Deshacemos nuestras maletas, pillo los vaqueros rotos de Abercrombie & Fitch y la camiseta negra de Armani, bien apretada, que se note la pasta que me dejo en el gym; me coloco las gafas de sol y salgo a la calle como si fuera Michael Madsen en Reservoir Dogs, en dirección hacia Gimme coffee en el 228 de Mott St, cerca del SOHO. Si te quieres hacer el gracioso, al llegar al mostrador puedes decir “Gimme Coffee”. Tienen un contador con el numero de aspirantes a Ben Stiller a los que se les ha ocurrido lo mismo. Como nosotros somos tipos serios, pedimos un par de espressos y ojeamos el mostrador en busca de algún pastel o bollo con el que saciar el hambre matutina. Y pensar que a esta hora, si no hubiera sido por el telegrama recibido, ya me habría peleado con el taxista de turno, el azafato de Iberia que me quiere cobrar doscientos euros por exceso de equipaje por unos míseros trescientos gramos de más, con el idiota que me hace quitar los zapatos en el aeropuerto y con el gilipollas que me pregunta si el equipaje lo he hecho yo o el Concierge. Y sin embargo, aquí estoy, un sábado por la mañana en NY, tomando un café y leyendo ávidamente las páginas de deportes del NY Times. Me entero que Lebron ha fichado por los Knicks. Joer, por fin habrá baloncesto en la Gran Manzana en Mayo. Como nos pilla cerca y el clima acompaña, caminamos hacia el Bowery Museum en el 235 de la calle homónima, muy cerca del 315, donde se escribieron los primeros acordes del punk neoyorquino en el mítico CBGB. Aquí podemos disfrutar de alguna exposición fotográfica sobre los últimos días de Erich Honecker en la República Democrática Alemana, las revolucionarias tendencias artísticas del Grupo de los Seis y Medio o la actual exposición: “La Agonía y el Extasis: De Darfur al Spook Factory“. También podremos empaparnos del diseño del edificio y anotar las ideas que se nos ocurrirían para nuestra casa, en el hipotético caso de que nos tocara la lotería o por si sonara la flauta y en AIG les gusta el curriculum que les envié la semana pasada para el puesto de Director General de Bonos Abusivos.


Tras la dosis cultural del día, nos dirigimos ahora hacia Union Square, en concreto hacia el Farmers Market que todos los sábados se asienta en esta preciosa plaza. Como somos gente previsora, nos cambiamos la camiseta de G.A. por una de Greenpeace. No estamos en San Francisco, pero aún así, merece la pena pasear entre los puestos regentados por los granjeros neo-hippies seguidores del Mesías Dan Barber, nombrado recientemente como una de las cien personas más influyentes del mundo y, sin lugar a dudas, como una de las diez más coñazo.

Tras empaparnos del ambiente campestre, granjero último modelo, nos encaminamos ahora hacia el lugar donde disfrutaremos de nuestro Brunch del fin de semana. Los sábados no hay Lunch, hay Brunch. Aquí debemos ejercer nuestro pragmatismo adquirido durante tantos años, el que utilizamos de 9 a 5 todos los días de nuestra vida. Es decir, probablemente el Brunch de Prune sea el mejor de todo Nueva York, pero como es imposible acceder a él, a no ser que te sepas de memoria todos los episodios de “The L Word” -yo los veo sin volumen- o estés dispuesto a esperar dos horas en la puerta de este minúsculo restaurante de culto, lo mejor es buscar una alternativa y acudir a Prune cualquier otro día. Y nuestra elección es Hundred acres en el 38 de MacDougal St, a un lado del Soho. Nuestro Concierge se había encargado de reservarnos una mesa a la 1:00 de la tarde. Teníamos miedo que no lo hiciera, tras haberle dicho que no, que mejor otro día a sus extrañas propuestas. Pero su profesionalidad prevaleció al desencanto. Dentro de lo posible, pedimos una mesa cercana a los ventanales que dan a la calle. El sitio estará a tope, por supuesto, y rechazaremos cualquier intento de sentarnos en el patio trasero, diseñado por la Srta. Peppis. Decadentes como somos, pediremos champagne mientras decidimos qué zamparnos. Podemos elegir unos potentes chilaquiles verdes o unos huevos escalfados con jalapeños. Todo estará muy bueno, seguro. Dejaremos que los efluvios del champagne se vayan apoderando de nosotros, antes de regresar a la calle. Nos encontramos de nuevo en el Soho y nos dirigiremos, vía Houston St, hacia Bleecker St en el Village, rebosante de gente como estará ahora. Podremos parar en alguna de las tienda de discos de vinilo y volver a comprar el “Too Much Too Soon” de los New York Dolls, que vendimos en el Rastro, en una fría mañana de Febrero de 1980. Decidimos caminar un poco, y lo hacemos por la 6 Avenida. Al pasar por la esquina de la Calle 16 nos encontramos con el Splash Bar, donde divisamos, saliendo de él, una figura alargada, con un asombroso parecido con un futbolista sueco del Barcelona. Nos dirigimos ahora hacia el hotel. Necesitamos cambiarnos y prepararnos para la doble sesión que nos espera. Hemos decidido separar el resto del día en dos visitas, dos lugares distintos, contradictorios como nosotros. Apuraremos hasta el último minuto.


Ante la dificultad en emular a Lola Flores y cambiarnos de atuendo para cada ocasión, decidimos tirar por la calle de en medio. Vamos primero a un lugar “uber” informal y luego a una especie de chino para chinos, pero sin pasarse. Por lo tanto, escogemos nuestro vestuario de manera que no nos vean demasiado pijos en el primer lugar, ni demasiado turistas en el segundo. Nos dirigimos, a eso de las 6 de la tarde, hacia Terroir (413 East en la Calle 12). No sé si es el mejor Wine Bar de Nueva York, pero es el que más nos gusta. Esta gente sí que está loca. La selección de vinos en copas y en botellas es impresionante. El diseño de la carta de vinos parece sacado del “Never Mind the Bullocks” de los Sex Pistols. Nos moderaremos, hasta cierto punto, en la ingesta alcohólica. No nos olvidemos que todavía tenemos que cenar. Si nos dejamos llevar por nuestros impulsos, y la pasión de nuestros camareros, podemos salir cinco horas después, en un estado muy perjudicial. Hoy vamos a cenar en un chino. Difícil elección ésta. Descartamos los chinos para chinos radicales. Podríamos, también, haber elegido la espectacularidad y pomposidad de Mr Chow o Chin Chin, que ya deja ver el paso del tiempo o, quizás, Shun Lee Palace o Tse Yang, o el uber trendy Buddakan, pero no, nosotros nos decantamos con Szechuan Gourmet (21 West 39th Street) donde nos pondremos morados a dumplings, noodles y stir fries. Aquí no encontraremos el lujo que en el resto de restaurantes que acabamos de mencionar, pero sí la calidad que echaríamos de menos en ellos.


Y como todavía tenemos ganas de marcha, decidimos terminar el día en DBA, si queremos ajetreo y un ambiente canalla, mientras nos metemos entre pecho y espalda un par de pintas de cerveza de Pensilvania o, si queremos algo más tranquilo y refinado, tipo Martinis o Gin & Tonics podemos elegir entre Pegu Clu (77 West Houston 2º Piso), el Summit Bar (133 Avenue C.) o incluso Madam Geneva (4 Bleeker St, aunque la entrada es por el Restaurante Double Crown en Bowery). Si lo nuestro son las alturas, la elección es fácil: el Roof Top Bar del Hotel Strand (33 West en la Calle 37), donde no necesitas ser amigo de Robert de Niro para entrar y las vistas, en todos los sentidos de la palabra, son espectaculares. De regreso al hotel, por Dios, que no esté de guardia el Concierge. Me olvidé comprar los DVDs que me había encargado si pasaba por el Lower East Side: "When Harry ate Sally" y "Riding Miss Daisy". Mecachis.

martes, 18 de mayo de 2010

Un día en Nueva York

Dicen que Nueva York no se parece a ninguna otra ciudad de la tierra aunque es un ejemplo de lo mejor y lo peor de todas ellas. Dicen que es enorme, grandiosa e inabarcable y que, por ello, un día en Nueva York tiene que comenzar muy pronto por la mañana. Nosotros seguiremos el consejo y vamos a madrugar mucho, imitando a los tres marineros de permiso que un lejano día de la primavera de 1949 se despertaron con la intención de comerse la gran manzana y el mundo. Pero como primero tenemos que orientarnos, vamos a guardar un minuto de silencio para escuchar las indicaciones de los marineros Kelly, Munshin y Sinatra:

New York, New York, it's a wonderful town!
The Bronx is up and the Battery's down
The people ride in a hole in the ground,
New York, New York, it's a wonderful town!

Todo aclarado. Nos vamos hacía arriba y en metro. El madrugón tiene que ser importante porque queremos ver amanecer sobre el río, y queremos verlo exactamente desde un banco que está situado junto el Puente de Queensboro, en Sutton Square esquina con la 59th Street Bridge, el mismo banco en el que se sentaron juntos Isaac Davis, ese cuarentón que sedujo a una colegiala después de que su esposa lo abandonara por otra mujer, y Mary Wilkie, la amante de su mejor amigo, en esa imagen tan bonita que se puede ver en el cartel de la película “Manhattan”: “Capítulo primero: él adoraba Manhattan, la idolatraba de una manera desproporcionada…” A lo mejor es más bonito el amanecer desde otro lugar del río, es posible, pero los que no tenemos ninguna complicidad sentimental con esta ciudad, debemos engancharnos a sentimientos ajenos si no queremos quedarnos hooked on a feeling o colgados en Filadelfia o qué sé yo. Resumiendo, que como tenemos asumido que necesitamos un guía, nosotros vamos a pedirle ayuda al cine.

Aunque es temprano, ya llevamos despiertos un buen rato y todavía no hemos desayunado. Andaremos un rato descalzos por el parque antes de buscar una joyería en la Quinta Avenida, en donde nos han asegurado que se desayuna de maravilla y, además, si llegamos pronto, pero que muy pronto, es posible que nos crucemos con una extraña mujer que ha sido capaz de arrojar su pasado a la papelera de la esquina por la sencilla razón de que no quiere pertenecer a nadie. Una mujer que, cuando el día amanece rojo, acude en taxi a la joyería vestida de negro, con guantes negros, gafas negras y collar de perlas, y permanece embelesada durante un rato, mirando el escaparate, mientras desayuna un café y un bollo. Acude allí, porque para ella el único remedio contra los días rojos es acudir a Tiffany’s, un lugar donde piensa que nada malo podrá ocurrirle.

Como no termino de tener claro eso de desayunar en una joyería, me llevo, por si acaso, apuntadas en mi libreta las direcciones de un par de delis. ¿Que qué es un deli? Pues una abreviatura de delicatessen, que ya saben ustedes lo aficionados que son los americanos a acortar las palabras. En Nueva York, los delis son unos restaurantes que cuentan también con productos de venta directa al público. Así que en el caso de que en la joyería no haya huevos revueltos, ni café, ni zumo de naranja, podemos acercarnos a probar esa barbaridad llamada sándwich de pastrami en el Katz’s Deli, en el Lower East Side, 205 East Houston Street, porque seguro que merecerá la pena acudir a un lugar cuyo slogan dice que “there's nothing more New York than Katz's”. Además, para que no nos perdamos, hay una flecha que señala la mesa en la que Sally le mostró a Harry el modo en que las mujeres son capaces de fingir un orgasmo, y un letrero que dice: “where Harry met Sally... hope you have what she had!". Me apetece tomarme un sándwich de pastrami en el Katz’s, y me apetece volver a ver la película para comprobar si soy capaz de sentir de nuevo lo mismo que sentí la primera vez que la vi, hace ya muchos años, cuando Harry le dice a Sally que aunque él hubiese querido que ambos fuesen simplemente amigos y residentes en Nueva York, no ha podido ser. Y no ha podido ser porque se ha enamorado de ella. Y es por eso que quiere que sea ella la última persona con la que pueda hablar antes de irse a dormir por las noches y que su cara sea lo primero que vea por la mañana, porque la quiere incluso cuando dice que tiene frío en pleno verano o cuando entra en un deli y tarda una hora en decidirse por un sándwich (que al final siempre será de pastrami, supongo).

Pero aunque no haya nada tan neoyorquino como el Katz’s, no descartamos acudir al Carnegie Deli de la Séptima Avenida, esquina con la calle 55, para desayunar el sándwich Broadway Danny Rose y la tarta de queso con fresas. Nos dicen que el Carnegie es lugar de encuentro habitual de cómicos y escritores, algo parecido al Café Gijón de Madrid, donde en tiempos se reunían a hacer tertulia José Luís Coll, Manuel Vicent, Manolo Alexandre y El Algarrobo. Nos cuentan también que el lema del Carnegie dice algo así como que “si te puedes acabar la comida es que hemos hecho algo mal", o sea que por lo que parece son tan brutos como en Malacatín. Otra opción podría ser esperar un poco y probar el brunch del elegante Russian Tea Room. Un lugar tan elegante que exige a los caballeros el uso de chaqueta, como Sergi. Lo sé porque recuerdo que en la recepción del restaurante le facilitaron una a Isaac (el mismo cuarentón del que hablábamos antes) cuando llevó a su hijo para invitarle a comer y para tener con él una conversación de hombre a hombre, que bastantes mujeres tiene ya que aguantar el pobre niño en casa. Aunque el restaurante tiene una pinta de hortera que echa para atrás, yo le tengo cierta simpatía porque fue aquí donde empezó la carrera de actriz de Dustin Hoffman en “Tootsie”.

Aquí o allá, el caso es que después de un desayuno tan abundante hay que dar un paseo. Seguramente nos acercaremos a la puerta lateral del John Golden Theater en la calle 45, para ver el lugar donde Eva Harrington, antes de mostrarse al desnudo, esperaba todas las noches la salida de su ídolo, Margo Channing. Buscaremos las oficinas de la Genco Olive Oil en el número 128 de la calle Mott, y después recorreremos todos los edificios que Sam Waterston les muestra a Dianne West y a la Princesa Leia en “Hannah y sus hermanas”: los apartamentos Dakota (donde se rodó “La semilla del diablo”), The Halls of Learning, en el 20 West 44th Street; el Edificio Chrysler; The Abigail Adams Smith Museum, en el 421 East 61st St y el Waldorf Astoria, el hotel que más le gustaba a Ginger Rogers, a Marilyn y a Truman Capote, y donde tendremos la oportunidad de probar la ensalada Waldorf, la preferida de Cole Porter:

You're the top!
You're a Waldorf salad.
You're the top!
You're a Berlin ballad.

(Tenemos que abrir un pequeño paréntesis para decirles que Porter, en su canción “You’re the top”, no se refiere a la capital de Alemania, sino a Irving Berlin, compositor de canciones maravillosas, entre otras, las famosísimas “There’s no Business like Show Business”, “Puttin on the Ritz” y “Cheek to Cheek”). Ya cerrado el paréntesis y como se nos está haciendo tarde, nos vemos obligados a llamar a nuestro taxista favorito, Travis Bickle, para que nos acerque antes del lunch al puente de Brooklyn, y así ver el lugar desde el que saltó Tarzán huyendo de sus perseguidores o ese otro desde el que se cayó un amigo de Travolta mientras hacía el tonto en “Fiebre del Sábado Noche”.

Ahora vamos a tomar un perrito caliente o un trozo de pizza. Podemos acercarnos al Jackson Hole Diner, en el Astoria Bulevar de Queens (antes se llamaba Air Line Diner), en cuya puerta Ray Liotta y Joe Pesci robaron un camión a punta de pistola en “Uno de los nuestros”, o a la sucursal que está en el 1270 de la Avenida Madison, muy cerca del Museo Guggenheim, lugar al que Woody lleva a cenar a Holly, una de las hermanas de Hannah, cuando se la encuentra meses después de haber pasado con ella una noche espantosa escuchando a Bobby Short en una sesión de jazz en el Café Carlyle y le dice la frase más bonita de toda la película: “¡qué suerte haberte encontrado!”. Podemos también acercarnos a Nathans, el puesto de hot dogs favorito de Cary Grant, que es famoso por organizar cada año un concurso bastante gilipollas de comedores de perritos calientes, concurso que fue ganado el año pasado por un gilipollas llamado Joey Ghestnut, quien fue capaz de zamparse sesenta y ocho perritos en diez minutos, el muy gilipollas. O, si no, al Shake Shak, para tomar una hamburguesa con vistas al Flatiron Building, donde es posible que podamos ver a Peter Parker saliendo por una ventana del edificio. Si preferimos pizza, la John’s Pizzeria of 278 Bleecker Street es nuestro lugar. Fue en esta pizzeria donde Tracy, la colegiala, le dijo a Isaac (el mismo Isaac del que llevamos hablando todo el rato) que se iba a Londres a estudiar, con la secreta esperanza de que él le pidiera que no lo hiciera, que le pidiera que se quedara con él. Según Woody, aquí se come la mejor pizza de Nueva York.

Después de la pizza, podremos tomar una copa tranquilamente en algún bar de los alrededores, por ejemplo en el Vazac’s del East Village, en la esquina de la Avenida B con la calle 7, donde los hermanos Rosato intentaron estrangular a Frankie Pentangeli, por orden de Hyman Roth; o en The Bitter End, en Greenwich Village, para conocer el lugar en que comenzaron su carrera Bob Dylan, Janis Joplin o Mama Cass, dream a little dream of me. Pero hay que darse prisa porque queremos tener tiempo para tomar el ferry que nos conduzca hasta el Liberty State Park, en New Jersey, para ver de cerca la isla en la que Vito Andolini se convirtió en Vito Corleone, y un poco más allá, dándonos la espalda, la Estatua de la Libertad, con el aspecto que tiene ahora, dos mil años antes de que los simios dominen la tierra y aparezca, medio destrozada, ante los aterrorizados ojos del Coronel Taylor.

De vuelta al centro, nos detendremos en Washington Square, la plaza en la que vivía la joven heredera Olivia de Havilland, cuando fue seducida por Montgomery Clift, y, de paso, buscaremos el lugar donde Richard Jenkins tocaba un tambor africano llamado djembe junto a un inmigrante ilegal en “The Visitor”. Pararemos también en la intersección de las calles Worth, Baxter y Park, para poder ver el lugar en el que se encontraban los Five Points, ese barrio marginal donde Daniel Day-Lewis campaba a sus anchas en “Gangs of New York”, y subiremos a lo alto del Empire para esperar la llegada de Deborah Kerr y de King Kong. Iremos a Times Square, caminando por la calle 42 y nos detendremos un momento en la puerta del Teatro Majestic, imaginando que ponen todavía “The Music Man”, la obra que C.C. Baxter invita a ver a la señorita Kubelik, aunque ella no acudirá porque, como todo el mundo sabe, se queda tomando cócteles con el señor Sheldrake en el Rickshaw Dumpling Bar, 61 West 23rd Street.

Vamos a cenar en el jardín del Restaurante Barbetta, 321 West 46th Street, el mismo restaurante en el que Mia Farrow y Joe Mantegna se vuelven invisibles en “Alice”, pero de camino nos detendremos en la esquina de la Avenida Lexington con la calle 52, en el lugar en el que el paso de un metro por debajo de una rejilla de ventilación levantó la falda de Marilyn y cortó la respiración de miles de personas. Después de la cena nos queda una visita a Harlem. No nos va a dar tiempo a ver el show de los debutantes en el Teatro Apollo. Quizás podríamos acercarnos al Cotton Club, pero como esta noche no actúan ni Dixie Dwyer ni Duke Ellington, preferiremos pasarnos por el Lenox Lounge, 288 Lenox Avenue, el bar favorito del detective John Shaft y del traficante de heroína Frank Lucas, interpretado por Denzel Whasington en “American Gangster”.

Ya es muy tarde y estamos cansados, pero como nos cuesta un poco dar por terminado un día como éste, lo mejor será volver a repetir la imagen con la que lo comenzamos. Vayamos, por tanto, a acercarnos otra vez al banco que está situado junto al Puente de Queensboro, exactamente en Sutton Square esquina con la 59th Street Bridge, para relajarnos un poco antes de dormir: “Capítulo primero: él adoraba “Manhattan”, la idolatraba de una manera desproporcionada…”

Nota del Traductor: si alguien les dice alguna vez que en este blog se toca de oído, no vayan a negarlo, pues les aseguro que el autor no ha puesto jamás los píes en la mayoría de los sitios mencionados en este artículo.

lunes, 10 de mayo de 2010

Humo y crisis

Veneramos las transformaciones, sentimos placer con la esencia y el espíritu de la materia prima, pero por encima de todo el fuego, ¡ah!, el fuego”. Esta aseveración del ilustre filosofo y crítico gastronómico Karl Romniaba es sencilla, precisa, profunda y elegante (si prescindimos del gritito final). No obstante me atrevo a refutarla, por encima del fuego el humo, sí, el humo, sin gritito previo.

El humo en la gastronomía nos acerca a nuestros ancestros, nos inunda de recuerdos de hogar, impregna los alimentos de matices que curiosamente resaltan los propios de la materia y de las transformaciones, los adornan de características únicas y que la madera origen del mismo no es capaz de aportar por si misma (en el vino sí, pero ese es otro post).

Podemos hacer la prueba, cocer unas patatas con una rama de encina sumergido en el caldo, el resultado es un fondo clorofílico, sucio y de una textura y digestibilidad bastante pobre, por decirlo suavemente. Ahora bien, cocer las mismas patatas, bueno otras, pero parecidas, en un fuego de leña de encina en una olla sin tapar, ¡voila!, obtendremos unas patatas sumergidas en un fondo limpio, sabroso, con personalidad y de una textura muy superior, de la digestibilidad del guiso ni hablemos.

Podría seguir hablando del humo y de lo que aporta, pero me siento vago y creo que en el blog de Eldiletante ya se escribió una maravillosa crónica de su primera visita a Etxebarri, como no lo puedo superar no hablo mas de los aportes.

Llegados a este punto sé lo que estáis pensando, “cruzamos unos 70 e-mails, metemos en el maletero los vinos mas raros que se nos ocurran, y nos vamos a Etxebarri a ponernos ciegos y a dejarnos 180 euros”. Pues no señores, la intención de este comentario es sobre todo didáctica y su objetivo es ayudar a superar la crisis con imaginación y espíritu ahorrativo. ¿Cómo sacar partido del humo en casa por poca pasta?, allá vamos.

En primer lugar las instalaciones, se pueden dar tres casos, a saber:

a)-tengo casa en el campo
b)-tengo casa con terraza abierta
c)-tengo casa pero sin terraza.


Para el primera caso es fácil, solo necesitas buscar el sitio que mas moleste a los vecinos, comprar un trébede, un puchero de barro, una sartén de asas y una parrilla de vuelta y vuelta, de venta en ferreterías de pueblo, y unos 10 ladrillos (estos se pueden mangar de cualquier obra), en cualquier caso nunca compréis las barbacoas de Merlín, esas de obra estrechas y que no permiten regular la altura adecuadamente.

Para el segundo caso la idea es la siguiente, mangar una carretilla de arena, volcarla en la terraza dándole una altura de unos 20 cm y, con los mismos elementos antes citados, ya teneis un fogón que respetará las baldosas.

Para el tercer caso la idea es mucho más sencilla, comprar un par de botellas de vino y buscar amigos que se encuentren en los casos uno y dos.

Elementos necesarios comunes a los tres casos son los siguientes, cuchara larga de palo, tenedor metálico de dos puas, largo también, atizador de fuego, largo por supuesto, trapo de cocina , limpio, vaso de vino, ancho y a ser posible lleno, sal , si sal, no para condimentar , sino para en caso necesario regular las brasas, un sombrero de paja, no se admiten pamelas ni gorritos sanfermineros y, muy, muy importante, leña y carbón.

Cada guiso necesita su leña, nos lo enseña el maestro Bittor y yo estoy de acuerdo, no voy a explayarme con la inmensa variedad de leñas que podemos usar y lo adecuado a cada alimento, pero si unos consejos, la madera de pino, las podas de arizónicas, rosales y sauces, los restos de maderas pintadas y los “paisesdominicales” atrasados se los dais a vuestro cuñado el del chándal para las barbacoas con embutidos del Lidl. Otro consejo, seleccionar distintos tamaños de leña pensando en el guiso que vais a hacer, los trozos de carbón demasiado grandes partirlos, no rebañéis el fondo del saco de carbón ese polvillo mata la brasa. Para encender el fuego acordaros de un tipi indio, colocar ramitas en forma de cono, una astilla encendida prenderlo e ir incorporando ramas mas grandes según se aviva el fuego, los troncos al primer rescoldo. No soy enemigo de las pastillas blancas si el guiso va para largo, ese sabor a queroseno desaparece con el tiempo. Sí soy enemigo del líquido inflamable, todos tenemos un cuñado medio lelo que hace la bromita y nos manda al ambulatorio.

Y ahora el momento que todos esperabais queridos amigos, unas recetillas, unos baratos menús de humo:

-Guiso de garbanzos con congrio y verduras asadas


Para este guiso recomiendo leña de roble en tronco, quema despacio y lo vamos a hacer al amor de la lumbre, para ello colocar los troncos sobre el rescoldo ya encendido en forma de X, en medio de un aspa de la X colocamos un puchero de barro sin tapa y por el otro lado de la X iremos sacando brasas para la parrilla. El puchero lo llenamos de agua 2/3, cuando hierva incorporamos los garbanzos y chup, chup. Por el otro lado vamos retirando ascuas y suavemente sobre la parrilla asamos cebollas enteras, pimientos rojos, cabezas de ajos y berenjenas (una escalibada), previamente aceitadas, no tengáis prisa, queremos que se deshagan puesto que no vamos a usar harina y van a engordar el guiso. Vigilamos que a el puchero no le falte agua, recordar que no hay tapa, queremos todo el humo, que cueza unas dos horas y media.
Pelamos y troceamos al gusto todas las verduras, menos el ajo que lo hacemos puré, incorporamos a la olla al mismo tiempo que el congrio troceado en tacos gruesos,15 minutos y a comer.


-Pecho de ternera asado con patatas.

La leña recomendada es carbón de encina, la técnica es fácil ,pero tenemos que ser cuidadosos con el fuego.Con los ladrillos montamos un esquinazo sobre el cual apoyamos el tipi de carbón , encendemos y vamos avivando con el secador de pelo de nuestra señora si está ausente, si está presente recomiendo un fuelle o un trozo de cartón. La técnica es la siguiente colocamos la parrilla a una altura de unos tres ladrillos, el pecho de ternera en un solo trozo sobre la misma y vamos robando pequeñas brasas de la parte inferior del tipi a la vez que lo vamos recargando con mas carbón por encima. La brasa tiene que ser muy suave, vamos a estar unas cuatro horas asando, queremos que el humo se manifieste y que el interior se vaya cociendo en su jugo , despacio, si es necesario comprar mas vino , no pasa nada .La temperatura en la superficie de la pieza debe ser de unos 80º,observareis en el corte lateral como avanza el calor.

La última media hora realizamos dos operaciones , por un lado , doramos la pieza brocheándola con una mantequilla clarificada en la que el día antes hemos confitado tomillo, romero, orégano ,ajos y por otro lado mojamos las patatas con piel y las colocamos sobre brasas, comprobar la cocción con la punta de cuchillo. Cuando esté bien dorada cortamos la pieza a lo largo y las patatas las rociamos con el resto de la mantequilla.

-Arroz en paella con conejo, ajetes y pimientos verdes.


La leña recomendada es una mezcla, por un lado cepas viejas y por otro lado ramas de encina, las cepas nos darán una llama media y las ramas aportarán potencia, y por supuesto sabor. Equilibramos la paella, con un nivel de albañil se hace de coña, si no hacerlo con agua. Prendemos las cepas y dejamos un fuego de llama media, colocamos la paella y doramos los pimientos y los ajetes, reservamos, doramos el conejo y vamos tostando el azafrán , incorporamos el tomate rallado , que sofría, el punto de pimentón y cubrimos con agua .Si hasta ahora no hemos tenido prisa pues ahora menos, que hierva una hora al menos suavemente que llega el momento de la encina, calculamos el agua necesaria y le damos caña al fuego ,que hierva sin respeto , echamos el arroz y a los 12 minutos de mantener el fuego en el Olimpo, con el atizador esparcimos la lumbre y aprovechamos el rescoldo, adornamos con pimientos y ajetes, 6 minutos sesteando en la brasa y otros 5 de siesta fuera del fuego.

-Caldereta de cabritillo con nabos.

Recomiendo leña de olivo en tronco, va ser fácil dominar el fuego, es fuego medio todo el rato. Prendemos la pira y en sartén de asas sobre trébede doramos los nabos troceados, retiramos y doramos el cabrito en trozos grandes retirando una vez dorado el hígado, este lo majamos con pimientos secos y pan fritillo, mojamos con vino añejo, reincorporamos los nabos y el majado, unas vueltas “tojunto”, cubrimos con agua y hervor hasta el punto de nabos y cabrito que si lo hemos hecho bien irán a la par.

-Sardinas asadas.

Sarmientos, es fácil y rápido, es una brasa efímera y aromática. Colocamos las sardinas en la parrilla, quemamos una brazada de sarmientos, majamos ajo, perejil y aceite, compramos mucho pan, colocamos la parrilla sobre las ascuas, asamos 3-4 minutos, vuelta y vuelta , rociamos delicadamente con el majado estimulando la última humareda, colocamos las sardinas sobre trozos de pan , las comemos, echamos un par de tragos de clarete y salimos corriendo perseguidos por los vecinos.

Como veis todo un mundo de sensaciones este del humo y de la crisis, un poco largo, pero merecía la pena ¿no?

lunes, 3 de mayo de 2010

Antojos de lunes


Ayer noche, después de mi ración de sufrimiento futbolero de cada domingo, me dediqué a comistrajear un poco de queso y embutido que habían cumplido sobradamente la mayoría de edad en mi nevera. Mientras calmaba el hambre me encontré pensando en que me apetecía era una pizza: pan recién horneado, una buena salsa boloñesa y un poco de carne de tenera. Se me venía a la cabeza la combinación de colores, el aroma del pan mezclándose en mi boca con el tomate, ácido y dulce, el regusto del vino bien reducido y los tropezones de carne.

No es la primera vez que me pasa y no siempre es con las pizzas, soy un tipo caprichoso. O quizá sea más bien que tengo adicción por un conjunto de platos: la tortilla de patatas, los callos o las alitas de pollo fritas, con su piel crujiente y sus puntazos de sal gorda esparcidos al tuntún. De tanto en tanto me pasa lo mismo con las patatas fritas y los boquerones, y ahora que lo digo también las piparras o las banderillas. ¿No será que le he cogido vicio al limón o el vinagre y al ajo? Me da que me van las emociones fuertes, porque si a un poquito de limón le añadimos un chorro de aceite y un poco de pimentón tenemos la salsa gallega que me pirra, pero si en vez de pimentón le añadimos una guindilla, lo que tendremos es la bilbaína. Y entonces hiperventilo.

Claro que con lo que están buenas estas salsas es con los pescados a la brasa, y es que el humo despierta las endorfinas de un golpe y las endorfinas ya sabéis que gobiernan el mundo. El humo nubla no sólo mis ojos, sino también mi entendimiento cuando con sus resinas macera casquería -riñones, oreja, zarajos-, vaca vieja bien jugosa, o, todavía mejor, unas longanizas churruscaditas, rellenas del buen cerdo que aviva la llama de las brasas con gotas de grasa. Por suerte en estos momentos ando lejos de cualquier posibilidad de cocinar, caso contrario sé que no resistiría la tentación de cortar un poco de pan y hacerme un buen bocadillo con las sobras, incluso aunque estuvieran frías; y es que si hay algo que me apetece de verdad a estas horas es un buen pan crujiente por fuera y lleno de miga por dentro.

Pero hoy es lunes y lo que toca es un sucedáneo. Me compraré en la máquina de vending una barrita llena de muesling, de esas que calman el hambre sin proporcionar placer alguno. Me la comeré de mala manera, dándole un poco de tregua a mi gula, sin que lo sepan mis médicos ni me oiga mi conciencia, para poder darme el caprichito en cuanto llegue a casa. Ya me veo cortando un currusquito de pan y zampándomelo poco a poco, deleitándome y recogiendo cada migaja que caiga en mi regazo. Lo acompañaré de un par de onzas de chocolat Atlantic con almendras enteras. Es sólo un antojo.

Cuadro que ilustra: Chocolat ideal por Alphonse Maria Mucha.