domingo, 31 de enero de 2010

Anuncio publicitario del restaurante Etxanobe



El pasado mes de mayo se anunció en la prensa la desaparición de la publicidad en las pantallas de TVE, lo que, efectivamente, tuvo lugar a partir del 1 de enero de este año. El fin de la publicidad ha venido acompañado de un nuevo modelo de financiación de la televisión pública que, aunque no ha sentado bien ni a las cadenas privadas ni a las operadoras de telecomunicaciones ni a los sufridos contribuyentes, permitirá compensar la perdida de ingresos que antes proporcionaban los anuncios. Y aunque no nos haga mucha gracia que con nuestros impuestos se subvencione una televisión tradicionalmente empeñada en competir con las privadas, yo, de momento, mantengo la esperanza de que esta medida pueda suponer un salto de calidad para un modelo que lleva ya muchos sin apostar por ella, una televisión que se ha focalizado en programas del corazón (programas que tienen poco que envidiar a las salsas favoritas de Telecinco), en telenovelas iberoamericanas, o en programas de reportajes dirigidos por los reporteros más dicharacheros de barrio sésamo, que nos cuentan cosas como que los fríos provocados por las últimas nevadas han hecho disminuir el número de cañas de cerveza que habitualmente se sirven en el bar de la plaza del ayuntamiento de no sé qué pueblo de la provincia de Huesca, o que a un vecino de la localidad le ha costado mucho arrancar el coche “por culpa del frío que hace, mire usted”, o que una señora no ha podido llevar los niños al colegio, y otros asuntos de parecido interés humano.

La publicidad siempre ha tenido partidarios y detractores. A Fernando Fernán Gómez, por ejemplo, le gustaba que le interrumpiesen las películas. Decía que eso le permitía acompasar los ritmos de su vida doméstica, de modo que durante el primer bloque de anuncios freía el pescado y aliñaba la ensalada; con el segundo, levantaba la mesa y se comía el postre; y con el tercero, se preparaba un whisky con un dedito de agua, en el caso de que ese día le tocara meterse un lingotazo entre pecho y espalda, y no hubiese nadie alrededor para impedírselo. Además, decía, si no hubiera anuncios, ¿cuándo le iba uno a contar a su señora lo del ruidito que, al volver del trabajo, le había parecido escuchar por la zona del carburador? Todo eran ventajas.

Hablando de mí mismo, os diré que yo le cogí afición a los anuncios el año en que llegó a España la tele en color, cuando, impresionado por el invento, iba con mis amigos a ver los partidos de fútbol en las televisiones que había en el escaparate de El Corte Inglés de Felipe II. ¡Qué hermosas eran aquellas teles! Como pasábamos más horas allí que viendo las fotos del escaparate de la lencería de la calle Torrijos esquina con Hermosilla, hubo un día, cuando el mundial de Alemania, en el que para poder ver a gusto a la naranja mecánica bailando bajo la lluvia ante la asombrada mirada de un combinado de jugadores del Atlético de Madrid y de la Unión Deportiva Las Palmas, vestidos todos ellos con la camiseta albiceleste de la selección argentina, nos llevamos las sillas plegables, el bocadillo de carne con pimientos y la cerveza en lata, y así estuvimos viendo el partido tan contentos hasta que vinieron a desalojarnos los antidisturbios. Hasta entonces, lo más parecido que habíamos visto al color en la tele era un filtro que tenía la parte inferior marrón y la superior azul, y que se colocaba cubriendo la pantalla del aparato. El filtro en cuestión, aunque se puso de moda en aquellos bares de máquina de pinball, escupitajo en el suelo, chato de valdepeñas, patatas alioli y olor a celtas selectos, era en realidad un utensilio inútil y molesto que sólo daba el pego durante algunos fugaces instantes de Lawrence de Arabia o de alguna otra película ambientada en el desierto, por lo que no era extraño escuchar a algún parroquiano levantarle la voz al camarero y protestar contra el invento: “Mariano, quita ese chisme de ahí, coño, que le estamos viendo la cabeza azul a su excelencia el generalísimo”.

Decía que me aficioné a los anuncios con la llegada de la tele en color, debido probablemente tanto a la fascinación que siempre provocan las novedades en los más jóvenes, como a que entonces pensaba yo que la forma era lo más importante del fondo, y eso me hizo olvidar que lo mismo que las palabras no son las cosas y que éstas son más complejas que el lenguaje que las nombra, tampoco el color o su ausencia tienen por qué decidir la belleza que encierran las imágenes. Pero si la novedad era el color, yo quería ver programas en color, ¡qué demonios! Y no era el único, porque cuando los anuncios de la chispa de la vida o del detergente micolor interrumpían algún programa emitido en aburrido blanco y negro, se oía la voz de mi abuela llamándonos ante el televisor: “venid, venid, que empiezan los anuncios”. Y, como una sola persona, allá nos íbamos todos para ver el anuncio de doña atareada, doña variedad, doña calidad y doña administradora; o el del señor financiación; o ése en el que salía Manuel Luque, un tipo muy enérgico que no en vano era el director general de Camp; o ese otro en el que un hombre le decía a su amigo que si quería hacer feliz a su mujer, le comprara una ufesa, y así ella le plancharía las camisas con una sonrisa, como lo oyes; o aquél que te aconsejaba que debías vestir como quisieras y a volar, boogie, boogie; o el que anunciaba que dentro de poco nos iban a dar la lata; o el que nos recomendaba que nos compráramos un congelador philips (porque como decía Carmen Sevilla: familia philips, familia feliz) del que podríamos sacar un flag golosina, que era un rico helado que del congelador se sacaba congelado. Y ya puestos, también se podían meter y sacar del congelador los bonys, los pirulos, los dráculas y los frigopiés, e incluso los primeros desengaños de algún joven seductor enamorado, que soñaba con besar por primera vez a su primera amiga, valiéndose de su primera mirada ensayada ante el espejo, de su primer poema, de su primera canción y de su primera colonia chispas, su primera colonia chispas. Pocas cosas ponen de manifiesto tan bien el paso del tiempo como los anuncios antiguos que se emitían en la televisión cuando éramos niños, y por eso creo yo que pocas cosas nos provocan hoy tanta nostalgia.

En LADL, espíritus cándidos, puros y algo moñas, de acuerdo, pero ajenos hasta ahora a todo interés materialista, siempre nos hemos negado a insertar publicidad en nuestro blog a pesar de las suculentas ofertas que hemos recibido. Pero como para todo tiene que haber una primera vez, quizás influidos por el anuncio de que se retrasa dos años la fecha de nuestro júbilo, y pensando que tenemos que ahorrar para la vejez, vamos a seguir una hoja de ruta contraria a la de la televisión española, y abrir una nueva sección publicitaria que se inaugura hoy con un anuncio dedicado al restaurante Etxanobe de Bilbao. Vamos a hacer publicidad del Etxanobe porque es un lugar precioso en el que nos trataron con atención y con cariño. Porque nos presentaron una cocina de muy alto nivel, con platos llenos de maravillosos productos y con preparaciones que resaltaban el sabor, el sabor, el sabor, no destinadas a desafiar al intelecto, no, sino a hacer disfrutar al paladar. Porque bebimos un sensacional Larmandier Blanc de Blancs y un riesling delicioso, cuyos aromas se pasean desde entonces, como Pedro por su casa, por la porción de mi cerebro que recuerda los olores. Porque comimos un estupendo menú largo en el que había salmón, tomates, exquisitas cigalas preparadas en un carpaccio exquisito, anchoas (¡qué anchoas!), carabineros, atún, cebolla y bacon, bacalao, calabaza, huevos con riñones, foie, cordero con patatas, quesos, postres con sabor, con sabor, con sabor, chocolate que explota en la boca, tarta de manzana, copa en la terraza, preciosa ciudad, bonitas vistas. Cuando nos estábamos despidiendo, Fernando Canales escribió, en la primera página de un libro precioso, una línea que decía que comer con amor es disfrutar de la vida. Cierto. Y también es cierto que a mí ese día me resultó imposible no enamorarme de un sitio en el que se sirven platos que se han cocinado con tanto amor. En Etxanobe, yo disfruté de la vida.

Fotos de Fernando Canales y Manuel Luque.

domingo, 24 de enero de 2010

Las fobias de Hitchcock

Mi plato favorito son los huevos fritos con patatas. A cualquier hora del día me apetece romper la yema líquida de un huevo con una patata frita. Qué cosa tan rica. Y además, ahora que está tan de moda buscar la belleza en los platos (rompiendo el consejo que nos daban nuestras madres: hijo, no comas con los ojos) he de decir que un par de huevos con patatas es un plato precioso, con su puntillita, sus yemas tan redondas, por aquí una gotita de aceite, la montaña de patatas rodeando a los huevos, una pizquita de sal…. Los huevos fritos y bien escurridos, procurando que quede la yema en el medio, guardando una cierta simetría que les convierta en metáfora del sistema solar o de la ciudad moderna, donde la clara es el extrarradio y la yema el centro de la ciudad. Amarillo sobre blanco. Como dijo el poeta mirando a un huevo frito: “esta vez es el sol el que pasa por delante de la nube”. Si alguna vez fuese un condenado esperando en el corredor de la muerte y me preguntaran cuál es mi última voluntad antes de la ejecución, diría que deseo comerme un par de huevos fritos con patatas.

Como no todo el mundo sabe freír un huevo (recordad esa canción de Javier Krahe en la que un marido maltratador y estúpido, valga la redundancia, se preguntaba “cuando pienso que son ya las once y pico, yo que ceno lo más tarde a las diez, ¿cómo diablos se fríe un huevo frito?, ¿dónde se habrá metido esa mujer?”) empezaremos por dar la receta para después dedicarnos a contar otras cosas, mariposas. Vamos a abrir el libro: Simone Ortega. Mil ochenta recetas de cocina. Decimosexta edición en “El Libro de Bolsillo” de Alianza Editorial. Año 1985. Impreso en España. Printed in Spain. Receta 469, página 293. Dice así: “Para freír bien los huevos, es mejor hacerlos de uno en uno (si se quiere hacer más rápidamente, es preferible coger dos sartenes pequeñas y hacerlos así a un mismo tiempo). Poner en una sartén pequeña bastante aceite (aunque la autora no lo especifique y se pueda emplear también aceite de girasol, de soja, de colza, incluso aceite de coche o un buen aceite bronceador, creemos preferible utilizar aceite de oliva) y cuando sale humo se echa el huevo, que se tendrá previamente cascado en una taza. Se echa con cuidado, y con la espumadera se va echando aceite por encima (solamente por encima de la clara, añadiría yo, porque una yema cuajada y dura es una tragedia). Cuando el huevo queda suelto y flotando en la sartén, se saca con la espumadera, quedando en su punto para servir. Se deben salar los huevos después de sacados del aceite (pues éste saltaría y podría quemar.”

Conocida la receta de tan suculento manjar, podemos decir ya de una vez que Alfred Hitchcock sentía fobia por los huevos y, además, por la policía, por los animales, por los niños pequeños, por Charles Laughton y por los lugares altos. Analicemos sus fobias:

La razón de su temor reverencial por la policía hay que buscarla en un episodio de su infancia, cuando tenía cuatro o cinco años y su padre, un hombre muy severo, le ordenó dirigirse a la comisaría más cercana con una carta. El pequeño Alfred se la entregó al comisario, quien, después de leerla, encerró al crío en una celda durante unos minutos diciéndole: “esto es lo que se hace con los niños malos”. Hitchcock nunca fue capaz de recordar qué había podido hacer para merecer semejante castigo de su padre, pero como consecuencia de ello, le quedó para toda la vida un sentimiento de miedo, desconfianza y aversión hacía los policías, lo que le obligaba a cruzarse de acera cuando se encontraba con alguno por la calle (algo parecido, aunque sin duda por razones menos psicológicas, le ocurre a Luís García Berlanga, quien ante la intimidadora presencia de un camión de antidisturbios le hizo exclamar a su Marqués de Leguineche: “¡acojonan!, ¿eh?”). Hitchcock, a su modo, se vengó de la policía con la única arma de la que disponía: sus películas. Un repaso al cine del genio inglés nos permite observar como se las apañaba para que la policía llegara siempre tarde y no comprendiera nada de lo que estaba pasando. Además, son varias las películas dirigidas por él en las que se construye la historia a partir de un equívoco que convierte al protagonista en un “falso culpable” o en un hombre envuelto en una historia criminal cuyas circunstancias le son ajenas. Y como, al contrario de lo que se pueda pensar, en el cine de Hitchcock casi nunca hay sitio para las sorpresas, los espectadores solemos estar al corriente de todo, de modo que, sabiendo que nuestros héroes son inocentes y que están siendo perseguidos injustamente, son los policías los que se nos aparecen, con su presencia inoportuna, como una amenaza y como un peligro.

Hitchcock era famoso por sus citas poco diplomáticas. Entre ellas destaca la que decía que los actores debían ser tratados como ganado, y otra en la que aconsejaba que no se trabajara con niños, con animales ni con Charles Laughton. Hitchcock se caracterizaba por ser extremadamente riguroso en sus rodajes, a los que acudía con dibujos que mostraban con una precisión milimétrica cómo habían de ser los planos y cómo debían estar situados los actores en cada momento, por lo que la presencia en ellos de niños y animales podía convertirlos en un caos. El propio Hitchcock contaba que en el rodaje de una película de su etapa inglesa se le ocurrió la idea de que unos gangsters, huyendo de la policía, se refugiaran en una casa abandonada que también era refugio, a su vez, de centenares de gatos vagabundos y que, durante el tiroteo, a cada disparo, se mostraran planos en los que todos los gatos subieran o bajaran asustados por las escaleras. Para rodar esto, se dispusieron unas barreras en los extremos de las escaleras, cuya misión era impedir que los gatos se dispersaran sin dirección al oír los disparos. Pues bien, cuando todo estaba dispuesto, el operador puso el motor en marcha, el regidor disparó con un fusil y todos los gatos, sin excepción, se lanzaron por encima de la barrera, de modo que ni uno solo subió por la escalera. El estudio se convirtió en un caos durante horas, lleno de mininos aterrados y de propietarios moviéndose entre los decorados buscando a su animalito. Lo intentaron repetir sustituyendo la barrera por una malla metálica, pero al sonar el disparo sólo hubo un par de gatos que subieron por las escaleras, mientras que todos los demás se colgaron aterrados de la malla, lo que obligó a Hitchcock a desistir de su idea.

En cuanto a los niños, pocos directores los han tratado tan mal. En la película de 1936 “Sabotage”, Hitchcock se atreve a mostrar una escena en la que un niño acude a un recado llevando, sin saberlo, una bomba escondida en un paquete. El niño no lo sabe, pero los espectadores, sí. También conocemos la hora exacta en la que la bomba estallará, ya sabéis: no queremos sorpresas, queremos suspense A lo largo del trayecto el niño pierde el tiempo mientras se distrae con cualquier cosa. Hitchcock nos muestra repetidas veces las manecillas de un reloj. La bomba estalla y el niño muere. Lo dicho: pocos directores se hubiesen atrevido a llegar tan lejos. Y aunque Hitchcock también se muestra un poco cruel en la secuencia de los niños atacados por los pájaros, podría quizás haberlo sido un poco más con el repelente niño de “El hombre que sabía demasiado”, al que, afortunadamente, sus raptores nos lo quitan rápidamente de en medio y no nos lo devuelven hasta el final de la película.

La mención de Charles Laughton entre sus fobias, sirve como ejemplo de un estilo de interpretación que Hitchcock detestaba. A Hitchcock no le gustaban los actores que intentaban explicar al público sus sentimientos mediante juegos de fisonomía, sino que prefería exponer los estados de ánimo utilizando los medios del cine. Por ello siempre ponía como ejemplo de interpretación la de James Stewart en “La ventana indiscreta”, en la que se limitó a darle una única instrucción sobre las motivaciones de su personaje: “Eres un mirón. Siéntate y mira por la ventana”; y por la misma razón nunca se sintió a gusto con actores como Charles Laughton, que incluso se atrevía a discutirle el modo en el que debía rodar una escena, o como Paul Newman, actor perteneciente al “método” y que tenía cierta tendencia a actuar mostrando una emoción excesiva.

Sobre la fobia de Hitchcock a los lugares altos, baste decir que rodó una película maravillosa sobre la necrofilia y el vértigo, basada en una novela francesa llamada “De entre los muertos” y que en su adaptación al cine recibió precisamente el nombre de “Vértigo”. Por último, su odio a los huevos se conoce por un comentario de su asistente personal, que dijo que cuando empezó a trabajar al servicio del director británico le indicaron que el señor Hitchcock no llevaba reloj de pulsera, no llevaba anillos, no le gustaban los huevos y adoraba las patatas. En “Atrapa a un ladrón”, como medio para mostrar la vulgaridad del personaje tras una apariencia de sofisticación, Hitchcock nos muestra a la señora Stevens apagando su cigarrillo en la yema de un huevo frito. Oigamos ahora la diferencia entre sorpresa y suspense contada por el maestro: “Una pareja está desayunando y su conversación es muy anodina, no sucede nada especial y de repente: bum, explosión. El público queda sorprendido, pero antes de estarlo se ha mostrado una escena carente de interés. El suspense es diferente. La bomba está debajo de la mesa y el público lo sabe, quizás porque ha visto que el asesino la ponía. El público sabe que la bomba estallará a las nueve y sabe que son las nueve menos cuarto. La misma conversación anodina se vuelve de repente muy interesante porque el público participa en la escena. En el primer caso se han ofrecido al público quince segundos de sorpresa en el momento de la explosión. En el segundo caso, les hemos ofrecido quince minutos de suspense. La conclusión de ello es que se debe informar al público siempre que se pueda”. Esta misma escena fue rodada por Hitchcock para un programa de su serie de televisión y la bomba estalló cuando la pareja desayunaba unos huevos fritos.

En resumen, Hitchcock adoraba las patatas (cualquiera diría esto después de ver “Frenesí”, película en la que el malo es un psicópata, violador y estrangulador de mujeres, que tiene como profesión la de mayorista de frutas y verduras en el mercado londinense de Covent Garden y en la que, en una memorable escena, introduce al asesino y a su víctima en un camión lleno de patatas donde, sirviéndose de un alfiler de corbatas como excusa, juega con la conciencia del espectador haciéndonos simpatizar con el criminal hasta el punto de que llegamos a desear, durante unos momentos, que no sea descubierto) y odiaba los huevos. ¡Qué le vamos a hacer! A mí, como ya dije, me encantan los huevos. Me gustan a 69º, como los ponen en La Cantamora; me gustan cuando algún cocinero sabio ralla un poco de trufa encima de la yema; me gustan con morcilla, con picadillo de chorizo, con jamón, con arroz blanco y tomate, con pimientos fritos (está bueno el bocadillo de huevos fritos con pimientos), con pisto manchego, con setas, encima de una hamburguesa o coronando un sushi, si el huevo es de codorniz…; me gustan rotos o estrellados; me gustan revueltos con erizos, con gambas, con verduras o con bacalao; pero aunque me gusten casi con cualquier cosa, creo que no hay nada comparable a un par de huevos fritos con patatas. Y es que el huevo y la patata han nacido el uno para el otro, como la ginebra y la tónica, como Puskas y Gento, como Stockton y Malone, como Bogart y Bacall.

De la obsesión de Hitchcock por las rubias y de nuestro amor por una variante genial del huevo con patatas llamada tortilla española, hablaremos en un próximo artículo que se publicará aquí, en los Amigos de Ligasalsas.

domingo, 17 de enero de 2010

Gastronomía y Tauromaquia


Haití. La pobreza ha llovido sobre la pobreza. En Haití están viviendo muerte y desesperación, tienen por delante el horizonte más negro.

Seguro que podemos ayudarles, enlazo
Ayuda en Haiti y la página de Cáritas con Haití, donde podréis elegir, si os decidís, la organización que os parezca oportuna.

Van a pasar mucha hambre, van a morir si no nos movemos ¿A cuánta gente podemos ayudar? ¿Cuánta gente dejará de morir si les ayudamos?

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Recuerdo perfectamente cuando me aficioné al arte de Cúchares, el día de autos fue el 1 de Junio de 1.982, alternaban Ruiz Miguel, José Luis Palomar y Luis Francisco Esplá, con toros de Victorino Martín. Todos salieron a hombros. Cuenta la leyenda que a la finalización del festejo, la gente enloquecida ponía banderillas a las papeleras y hacía naturales a los coches en la calle Alcalá. Si el santoral en vez de santos, recogiese sentimientos, aquel día, estaría desde entonces en rojo.

Los toros se entroncan directamente dentro de la Gastronomía, hablamos de una gastronomía tradicional, una gastronomía que utiliza el producto que se cría en las dehesas, una gastronomía que ama y quiere al toro. Por desgracia tanto uno como otra, se encuentran de capa caída, en los toros, ya nadie carga la suerte, el tercio de varas se ha exiliado, los quites quedaron para las tertulias...
Y qué decir de la Gastronomía tradicional, el producto cada vez más maquillado, más toreado que una vaquilla de pueblo. En ambos lados se vive del recuerdo, de la nostalgia, del ayer.

Las similitudes entre ambas disciplinas son enormes; siempre me han gustado los toreros que se arriman, que se manchan el traje, que en su mirada hay pasión y amor por su profesión, con los cocineros me ocurre lo mismo, me gusta como hacen el paseíllo Paco Ron, José Antonio Campoviejo, Sacha..... No huelen a colonia, huelen a lo que siempre ha olido una cocina.

A veces cuando veo subirse a un matador a la furgoneta, donde le espera su cuadrilla y veo su traje limpio, la tristeza me embarga, parece un funcionario con el sólo propósito de torear una tarde más, ¿Dónde quedó su orgullo de pertenecer a la “profesión más bonita del mundo”? Me gustan los cocineros, con mayúsculas, no los jefes de cocina que se comportan como si lo fueran. Al igual que un torero no puede torear desde el campo, un cocinero no puede cocinar desde un anuncio, desde un congreso, desde un viaje por Thailandia.

Parecido más que razonable es el posicionarse, España siempre ha sido de un torero en contraposición de otro, España fue de Belmonte o de Joselito, de Antonio Ordóñez o de Luis Miguel Dominguín. En la cocina se dan los acólitos de Arola, los de Santamaría, los de David Muñoz y tantos otros.

Siempre hay un hueco en mi corazón para los “veteranos”, ver cocinar todos los días a Juan Mari Arzak, a las cocineras del Hispania en Cataluña, ver a Frascuelo luchar por un hueco en la inmortalidad. Los últimos años de Antoñete en los que hasta el humo de su eterno cigarro tenía más fuerza que él. Ellos tienen que ser el espejo de los que empiezan, de los jóvenes, no la fama rápida, no una portada rápida del Aplausos o una condecoración fugaz de un libro con tapas rojas.

El final deseado para todos es el mismo el aplauso de sus fieles al final de su trabajo y el respeto de los críticos, daría para otro post, su búsqueda.

A ritmo de pasodoble, brindo por todos ustedes con un “Sol y sombra” en la mano, posiblemente la bebida más taurina que quede, la otra el anís Machaquito queda en las portadas sepias de nuestra memoria y les emplazo a comer un rabo de toro, en el lugar donde posiblemente mejor se lleve a cabo, en Córdoba en el Caballo Rojo.


Cuadro que ilustra: Una de las láminas de la serie Tauromaquia, de Francisco de Goya y Lucientes.

domingo, 10 de enero de 2010

Flashforward

Siempre había sido escéptico con lo paranormal y solía burlarme de las personas que creían en la telepatía, en la psicoquinesis o en la adivinación. Tampoco me interesaron nunca los libros de Erich von Däniken ni los de J. J. Benítez y me quedaba irremediablemente traspuesto cuando aparecía en la televisión el rostro grave y la voz monocorde del profesor Jiménez del Oso (aunque quizás era grave la voz y monocorde el rostro, ya no me acuerdo) experto ufólogo y transmisor de teorías sobre la presencia entre nosotros de visitantes extraterrestres que lo mismo ayudaban a los chinos con sus cosechas que abducían a los guerreros incas. Era un descreído que cambiaba rápidamente de canal cuando ponían en la tele “Expediente X” o “Cuarto milenio”, y me la traían floja tanto las teorías de Nostradamus como las predicciones de Aramis Fuster.

Pero de pronto he tenido un flashforward y todo ha cambiado. Afortunadamente no he sufrido daños personales, porque la súbita pérdida de conocimiento que acompañó a mi visión del futuro ocurrió mientras estaba sentado en mi sillón favorito, con la tele encendida, aunque sin prestarle ninguna atención, leyendo el periódico, bebiendo una copa de manzanilla pasada y picando unas aceitunas gordales y unas almendras fritas. Perdí el conocimiento, decía, y durante unos breves instantes me he visto a mí mismo el día 31 de diciembre de 2010. Estaba sentado en mi sillón favorito, con la tele encendida, aunque sin prestarle ninguna atención, leyendo el periódico, bebiendo una copa de manzanilla pasada y picando unas aceitunas gordales y unas almendras fritas (por cierto, me he visto más gordo y un poco más calvo, así que he decidido salir pitando a la farmacia a comprar productos dietéticos y tratamientos capilares. Ya sé que si me paso el año comiendo barritas de Biomanan y lavándome el pelo con champú Kerastase corro el riesgo de crear una paradoja temporal, pero, por otro lado, quizás se pueda demostrar que, aunque el estado del mundo está determinado por sus estados anteriores, es posible establecer un lazo causal que sea consistente en la sucesión de los acontecimientos que se producirán en el futuro y que, por lo tanto, ni mi futura barriga prominente ni mi incipiente alopecia son hechos irreversibles.)

Pero no quisiera apartarme del tema que nos ocupa, y es que sé todo lo que va a ocurrir en el año 2010. Absolutamente todo. Sé quién ganará el mundial de fútbol de Sudáfrica y cuales serán los fichajes de Florentino Pérez en el próximo verano. Conozco el final de la undécima temporada de “Cuéntame como paso”, he visto las fotos del nuevo novio de Ana Obregón y tengo los datos sobre el ingreso de Joan Laporta en un monasterio cisterciense de la provincia de Lérida y sobre el contenido del discurso navideño del Rey y su llamada a la unidad de los partidos para ver si en el 2011 salimos de la crisis.

Podría guardármelo todo para mí pero, como amar es compartir, voy a publicar aquí las principales noticias del año que empieza, relacionadas con el mundo de la gastronomía. Así que aquí va un pequeño anticipo de lo que nos espera.

Febrero:

Un sujeto, amparado en el anonimato, provoca múltiples sofocos entre los internautas al entrar en los principales blogs gastronómicos del país y pedir recomendaciones de restaurantes en Praga, bares de pinchos en San Sebastián, lugares de tapeo en Sevilla y la lista de los mejores sitios para comer ensaladilla rusa en Madrid. Algunos blogueros veteranos se plantean unir sus fuerzas para interponer querella criminal contra el interfecto.

La iglesia católica decreta carta de excomunión contra todos los farmacéuticos que dispensen preservativos en sus establecimientos y anuncia que la medida se extenderá próximamente a los fabricantes, anunciantes, distribuidores y consumidores de condones, así como a cualquiera que recomiende o estimule su uso. Con objeto de aclarar conceptos y acercar posturas se ha celebrado una reunión entre el portavoz de la conferencia episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, y el dinámico chef y empresario Andrea Tumbarello, quien recientemente había anunciado la próxima salida al mercado de la gama de preservativos “DG” con sabores a salami, a puttanesca y a carbonara auténtica.

Marzo:

Los miembros de la Academia de Hollywood se reúnen para elegir la mejor película de la historia cuyo argumento esté relacionado con el mundo de la gastronomía. Por unanimidad, el premio ha sido declarado desierto.

En España se estrena con escaso éxito de público, la nueva película de Almodóvar “La inapetente y el glotón: una historia de amor” interpretada en sus principales papeles por Penélope Cruz y Santiago Segura. Destaca la aparición del chef Sergi Arola en un breve papel en el que interpreta a un dependiente de la sección de congelados del Carrefour. “Me pareció algo divertido que, además, nos puede ayudar a encontrar fuentes alternativas de ingresos dada la imposibilidad de hacer rentable un restaurante de alta cocina. Ha sido una decisión muy meditada”, ha declarado el conocido cocinero.

Abril:

Andoni Luís Adúriz presenta su nueva creación en el X Congreso Gastronómico de San Sebastián. Se trata de un plato llamado “Complicidad”, que tiene por objeto enfrentar al comensal con sus propias incertidumbres, para lo que se le ofrece un plato vacío de Limoges de exquisito gusto (en el menú infantil se presenta en una vajilla de “Hello Kitty”) y unos auriculares que le permiten escuchar el concierto para oboe y cuerdas en re menor del maestro Benedetto Marcello. El nuevo plato ha sido muy elogiado por la crítica especializada, resaltándose la categoría simbólica y cultural del concepto, sus cualidades organolépticas y su escrupuloso respeto por el medio ambiente, y, aunque se trata de una propuesta difícil que quizás no sea apta para todos los paladares, está previsto lanzar en breve el menú degustación llamado “Mucha Complicidad” que, como es lógico y natural, sólo se servirá para mesas completas. Por otro lado, el “cocinero del mar”, Ángel León, colaborador habitual de Adúriz, declara que está sopesando la posibilidad de incorporar en su carta de Aponiente la “Complicidad asada sobre huesos de aceituna.”

Mayo:

Gracias a los votos de Andorra y Portugal, España evita quedar la última en el Festival de Eurovisión celebrado en Oslo. Recordemos que España se presentó con la canción “Algas, Bacalao y Pipas”, letra de Sergi Arola y música de Adrián Flores Alván. La canción, interpretada por el trío formado por el propio Arola, Andrés Madrigal y Paco Roncero, todos ellos vestidos de mariachis, hace referencia a los ingredientes de un plato que se sirve en el “Sergi Arola Gastro”, y se ha convertido en la nueva sintonía de Canal Cocina.

Prueba este plato que lleva
algas, bacalao y pipas
esas tres cositas compradas en Lidl;
como no tengo ni un duro
esas tres cosas te ofrezco
algas, bacalao y pipas, nada más;
alga azul espirulina,
bacalao con lecitina
y pipas para pelarlas junto a ti
(bis)

“Estamos un poco decepcionados porque el éxito no ha acompañado nuestro esfuerzo, pero seguiremos desarrollando nuevas ideas, ya que la imposibilidad de hacer rentable un restaurante de alta cocina nos obliga a buscar fuentes de ingresos alternativas”, ha declarado Sergi Arola a la agencia efe.

Santi Santamaría se ha quejado amargamente por la presencia de aditivos alimentarios en la canción.

Junio:

Los premios “Salsa de Chiles” incorporan este año un nuevo galardón para el mejor blog gastronómico del año. El premio recae en el blog “Salsa de Chiles”. El presidente del jurado, Don Carlos Maribona, declara: “yo no leo otros blogs, pero mis colaboradores, en quienes confío mucho, me han dicho que mi blog es el mejor de todos y el más influyente”

Julio:

Después de la reciente apertura de la “Trattoria Horcher-DG”, se inaugura con gran éxito en Madrid el nuevo restaurante multidisciplinar “Abraham è Andrea, unidos por una idea”, donde el calzone de alubias rojas de Tolosa estofadas al estilo de Kentucky está causando sensación entre los aficionados.

Agosto:

El joven crítico aficionado Matoses confirma en su “Cuaderno” la noticia publicada el pasado diciembre en “Los Amigos de Ligasalsas” sobre el traslado de Heston Blumenthal a Madrid. El cocinero inglés es muy conocido por su pasión por los langostinos de Sanlúcar y por su interés las armas de fuego, afición esta última heredada de su tío Charlton.

Septiembre:

Sergi Arola, sensibilizado ante las continuas críticas recibidas por la imposición del uso de chaqueta a los caballeros en su restaurante de Madrid, declara: “A partir de ahora ya no hay que llevar chaqueta en mi restaurante, pero será obligado llevar piercing en el pezón y chupa de cuero. Es una decisión muy meditada.”

Octubre:

Con ocasión del partido de fútbol entre los eternos rivales madrileños se presentó en los bares del estadio Vicente Calderón el “bocata rojiblanco”, nueva ocurrencia de Enrique Cerezo para ilusionar a los alicaídos aficionados colchoneros y que consiste en un bocadillo de butifarra blanca con ketchup. En la crónica deportiva, aparte de resaltar la destacada actuación de Pablo y Perea, decir que ganó el Real Madrid por cero a cuatro, pero una posible carga ilegal de Ribéry a Ochirosi, previa al cuarto gol del Madrid, puso en tela de juicio la justicia del resultado y provocó la indignación de la hinchada atlética que despidió al equipo rival con gritos de “prepotentes, prepotentes”. (Razvan Ochirosi, centrocampista rumano, ex jugador del Steaua de Bucarest, ha sido la incorporación estrella del Atlético de Madrid el pasado verano, junto con Raúl Bravo y Charalabides, todos ellos fichados con el dinero obtenido por el traspaso del Kun Agüero al fútbol inglés). Al término del partido los aficionados del Atlético se reunieron a la puerta del estadio para cantar la canción “¿pero qué habré hecho yo para merecer esto?”

Noviembre:

Como consecuencia de la publicación de la edición 2011 de la Guía Michelín se produce en los principales blogs gastronómicos del país un apasionante debate sobre lo injustos que son los franceses con los restaurantes españoles.

Diciembre:

Se publica en Salsa de Chiles la tradicional lista de los mejores restaurantes de Madrid del año 2010, la cual está llena de novedades con respecto a la del año pasado. Cabe destacar la pérdida del primer puesto de “Santceloni” en favor de la “Trattoria DG” de la calle Balbina Valverde. Interrogado sobre el asunto, Don Carlos Maribona responde: “yo este año en Santceloni no he estado, pero creo que ha bajado mucho”

Doce prestigiosos chefs posan ligeros de ropa en el almanaque 2011 que publica la revista “Interviú”. Andoni Luís Adúriz (mister mayo) comenta que su principal objetivo ha sido provocar en el lector un enfrentamiento con sus propias incertidumbres, de modo que, por un momento, se olvide de su “yo intrínseco” y, en esencia, privilegie lo corporal sobre lo intelectual, lo somático sobre lo especulativo.

“Nos pareció algo divertido que nos puede ayudar a encontrar fuentes alternativas de ingresos dada la imposibilidad de hacer rentable un restaurante de alta cocina”, añade Sergi Arola (mister agosto) “ha sido una decisión muy meditada”. También destaca la presencia de Andrea Tumbarello (mister noviembre) junto con Juanjo López, Abraham García e Iñaki Camba en una composición llamada “el grácil, el etéreo, el tenue y el sutil”

¡Ah! También tengo el número del premio gordo de la lotería, pero esa información, con vuestro permiso, sí que me la voy a guardar para mí.

Fotos que ilustran el post:

1. Los protagonistas de Flashforward
2. Andrea Tumbarello, junto con Carmen Delgado y Cesar Martín, enseña el patrón utilizado en la fabrica de preservativos “DG”
3. Sergi Arola meditando
4. Andoni Luís Adúriz reflexionando.

domingo, 3 de enero de 2010

Carta del apóstol


Prólogo (Fragmento tomado del Nuevo Testamento)

Hermanos:

Disfrutad del cine y de la fornicación y huid de las palomitas. Aprended a amar el cine con humildad y con ansias de saber; amad el cine porque, si lo lográis, gozaréis de una vida más grata, más feliz y más plena; buscad las películas mejores, con la certeza de que ellas te sabrán atraer con paciencia pero con firmeza y seguridad, porque el buen cine, como el amor, es paciente y afable, no tiene envidia; no presume, no es mal educado ni egoísta; no se irrita y no os irritará. Ved buen cine y fornicad. Fornicad con cariño y placer, con lujuria y deseo, con generosidad, buscando más el placer del cuerpo con el que compartís lecho que el del vuestro propio; fornicad sin vergüenza ni límites; fornicad con alegría, acudid al cine buscando la felicidad y huid de las palomitas.

Texto principal que sólo tiene un capítulo (por Los Amigos de Ligasalsas)

Al igual que el apóstol, yo también odio las palomitas. De niño, ni tuve el palomitón payá ni tampoco lo deseé, y ahora todavía aborrezco ese perfume grasiento que impregna la mayoría de las salas de cine. Pero es que hay algo más: considero a las palomitas, no diré que la causa, pero sí una manifestación importante de la vulgaridad en la que se mueve el cine actual. Creo que una película que se puede ver comiendo palomitas es una película que no merece verse y si no lo es, si por el contrario se trata de una buena película, somos nosotros entonces los que no nos la merecemos. Pero lo curioso es que antes de 1980, en el cine solo tomaban palomitas (o patatas fritas) los niños pequeños que acudían en Navidad al Benlliure o al Imperial, a ver la película de Disney acompañados por sus papás (por supuesto me refiero a los niños que vivíamos en Madrid, el resto iríais a otros cines que yo no conozco y a los que tendríais la suerte de llegar sin necesidad de caminar entre zanjas, obras, agresividad y polución). Decía que en aquellos años los adultos jamás comían palomitas, así que, sin más preámbulos, vayamos a la génesis del asunto para ver si nos enteramos de cuales han sido las causas de tanto cambio.

En el año 1971, un joven Steven Spielberg sorprendió a los aficionados al cine demostrando un extraordinario talento en una película llamada “El diablo sobre ruedas”. Se trata de un telefilme rodado inicialmente para la televisión pero que, debido a su gran éxito, pasó a exhibirse en las salas cinematográficas (algo parecido ocurrió en España con “Amantes” de Vicente Aranda, película que fue concebida inicialmente como un capítulo de la serie de televisión “La huella del crimen”). En “Duel”, película que narra la inexplicable persecución a la que se ve sometido un conductor por parte de un enorme camión, se ve la mano de un cineasta como la copa de un pino, de un tipo que conoce y domina los secretos del cine y que es capaz de crear un clima de tensión asfixiante con muy pocos elementos.

Todas las buenas perspectivas anunciadas con esta película se confirmaron en 1975 con “Tiburón”, excepcional adaptación de un best seller de Peter Benchley y precursora, junto con “La guerra de las galaxias” de George Lucas, del llamado “cine franquicia”. Digo precursora porque hasta ese momento habían existido muy pocos precedentes de películas concebidas como una franquicia, entendiendo como tal la creación de una historia y de unos personajes que puedan ser explotados en varias películas, la primera de las cuales suele ser dirigida por el propio creador de la franquicia, que intenta así dejar clara su autoría y marca de paso el camino a seguir, mientras que la realización del resto de la serie puede dejarse, sin problemas, en manos de otros directores contratados al efecto, ya que lo único importante es mantener los personajes y los actores que los interpretan. Anteriores a las franquicias citadas, se me ocurren las películas de Tarzán, las de James Bond y pocas más. Tampoco era frecuente que se rodaran segundas partes de películas que hubieran tenido un gran éxito y, cuando se hacían (por ejemplo “La novia de Frankenstein”, “Dos semanas en otra ciudad” o “El Padrino II”) no era tanto para aprovechar el éxito de la primera entrega, sino porque se consideraba que la historia original daba para otra película de igual o mayor calidad que la primera.

Hablamos, claro está, de tiempos más románticos en los que se pensaba que el éxito económico se conseguía gracias a la calidad del producto y que en esta vida no todo consistía en llevárselo crudo. Tiempos anteriores a la llegada de Spielberg y Lucas, quienes además de tener un gran talento para dirigir películas, tenían un fino olfato para las finanzas y así, al comprobar que la mayoría de los espectadores que acudían a los cines eran adolescentes, decidieron tratarnos a todos como tales y darle una vuelta de tuerca a las películas, convirtiéndolas en un producto de consumo rápido, de usar y tirar, de ver y olvidar; las convirtieron en algo que tiene que ver con lo audiovisual, sin duda, pero que cuando contemplas con un poco de atención comprendes que, aunque se siga llamando así, eso no es cine; te das cuenta de que te están bombardeando con cintas que no te entretienen, que no te hacen reír, que no te emocionan, que te aburren, y así, deprimido y con las defensas bajas, a punto de perder la fe en el cine, pero todavía intentando mantener la ilusión de que quizás sea posible disfrutar con el padre de la novia, con la tía del novio, con la madre que los parió a los dos, con el día de mañana, con el fin del mundo, con el niño brujo, con las terapias peligrosas o con los gandalf, los aragorn y los frodos, vas y terminas comprándote una bolsa de palomitas y, lo que es peor, entras con ellas en la sala y te las comes.

Al carro de los tiburones y los skywalkers se subieron enseguida los chicos más espabilados de Hollywood y, así, las salas de cine se llenaron de indianasjones, parques jurásicos, rockys, supemanes, batmanes, regresos al futuro, locas academias de policías y viernes trece decimosexta parte. Inventaron también la mercadotecnia, de modo que ya no se puede hacer una película sin que esté garantizada la explotación comercial de los muñequitos que aparecen en la misma. Añadieron a la receta una forma de dirigir que parece aprendida en la montaña rusa de un parque de atracciones. Tiraron a la papelera conceptos antiguos como la importancia del guión, de la interpretación o del modo en el que el director aporta su punto de vista a la hora de contar la historia, es decir, su estilo.

Intentan conseguir la risa del espectador con comedias estúpidas, plagadas de frases estúpidas que son recitadas por actores estúpidos (alguno de esos actores, como Robert de Niro o Diane Keaton, no fueron estúpidos en su juventud e interpretaron películas en las que no se trataba como estúpidos a los espectadores, pero hace ya mucho tiempo de eso). Su idea de la emoción consiste en un primer plano de un rostro con los ojos llorosos y, de música de fondo, una melodía de los Righteous Brothers. Buscan la sorpresa con efectos de ordenador. Llaman cine de terror a un cine de babas y de repugnancias extremas. Realizan musicales con actores que no saben cantar ni bailar. Nos aburren, nos atontan, nos marean y, encima, los muy cabrones montan en el recibidor algo que llaman bar, pero que no lo es, sabiendo que la mayoría de los espectadores asistirán desinteresados y distraídos a la proyección de la película, engullendo palomitas y sorbiendo cocacolas que se venden en unos recipientes de dimensiones descomunales (y el futuro puede ser todavía peor, pues han comenzado a venderse en los cines una especie de cortezas de forma triangular que se acompañan de una salsa de aspecto viscoso y olor repulsivo).

A Billy Wilder no le dejaron rodar películas en los últimos veinte años de su vida. Ya murieron John Cassavetes y Robert Altman. Coppola y Bogdanovivh están prácticamente retirados. Sólo nos quedan (y ojalá sea por mucho tiempo) Martin Scorsese, Woody Allen y Clint Eastwood (podríamos incluir quizás al propio Spielberg, pero sólo cuando deja de vendernos palomitas y rueda una buena película, cosa que ocurre muy de tarde en tarde) como representantes del cine comercial americano de calidad, que es el mejor cine que jamás se ha hecho. El resto de la producción que nos llega de Hollywood no son más que películas de las que lo mejor que se puede decir es que están muy alejadas de aquellas que iban dirigidas a un público capaz de disfrutar con el buen gusto y con la inteligencia. Esas increíbles películas que no podían verse comiendo palomitas.

Epílogo (redactado por el equipo médico de la clínica López Ibor)

Ya es sábado por la noche. Al salir del cine, os podrá apetecer continuar la velada en uno de esos restaurantes que se encuentran en el mismo centro comercial, pero, si lo pensáis mejor, seguro que decidís arreglar la noche acudiendo a un restaurante que os guste o volviendo a casa a prepararos una buena cena. Después, poned en el video una película en blanco y negro y recordad que, aunque nos estén dando gato por liebre, el cine, como la vida, puede ser maravilloso.

Y, si a tu pareja y a ti os apetece, seguid los consejos del apóstol y buscad en la alcoba los placeres que el cine actual y las palomitas os niegan.

Imágenes:

El jardín de las deliciasEl Bosco – Museo del Prado - Madrid
La conversión de San PabloCaravaggio – Colección Odescalchi Balbi – Roma
Venus, Cupido y El Tiempo o Apología de la lujuriaAgnolo Bronzino – National Gallery - Londres