domingo, 25 de abril de 2010

Arroz con pato


- ¡Venga!, ¡vamos a tomarnos un arroz con pato!
- ¿A la Venta El Quinto?
- Sí. A la Venta El Quinto.
- ¿Has reservado?
- No hace falta. Siempre hay sitio.
- Es curioso lo que pasa en Sanlúcar. Casi todo el mundo asocia el pueblo con el langostino y la manzanilla y nadie se acerca para buscar guisos de caza, esos platos sólidos que se comen por la zona desde hace miles de años.
- O millones de años, no te jode. Y, además, se te olvidan las tortillitas de camarones. Que se venden más tortillitas de camarones en la Plaza del Cabildo que en todo el resto del mundo, incluidos Singapur y las Islas Columbretes.
- Cosas parecidas ocurren en toda Andalucía. En Andalucía cuando la gente quiere zamparse un guisote, se lo prepara en casa.
- Pues hoy nosotros vamos a salir a comernos un guiso de los buenos: ¡arroz con pato! o, si lo tienen, con ánsar, que es un pato salvaje que en invierno revolotea por los alrededores del Coto y que yo sólo he comido en las ventas que están entre Sanlúcar y Trebujena, ventas gobernadas por los familiares de los guardianes de las marismas, en las que siempre cocinan las mujeres. Por cierto, tú pregúntale al jefe de la Venta El Quinto la diferencia entre el pato y el ánsar y ya verás lo que te dice.
- El arroz con pato lo ponen también en El Veranillo, cerca del paseo marítimo, pero allí hay que encargarlo. A El Veranillo conviene acercarse siempre habiendo reservado lo que vas a comer: el arroz con pato o las patatas con langostinos…
- ¡Las patatas con langostinos, sí...!
- … o los guisos de caza. Hacen un pollo con tomate que está buenísimo.
- Si quieres paramos antes en Chipiona a comprar moscatel.
- Mejor mañana que hoy ya vamos tarde. Así aprovechamos y luego nos quedamos a comer una fritura y un gazpacho en Casa Paco.
- En Casa Paco le echan pepino al gazpacho.
- Y manzana.
- Manzana, sí. ¿Vamos a saber llegar a la Venta?
- Siempre que vamos nos terminamos perdiendo. Hay que llegar a Bonanza y allí seguir para La Algaida, pero como tomemos mal una desviación la hemos jodido, que por allí no chuta el GPS.
- Bueno, si nos perdemos ya llamaremos por teléfono. De momento vamos a tirar por Pozo Amarguillo para cruzar Sanlúcar, que Pozo Amarguillo es una calle digna de respeto y de veneración.
- De respeto, de veneración y de atascos. Mira, ahí está ese Bodegón Rociero donde a veces cantaba Chiquito de Cai. ¡Un fenómeno!
- Al Chiquito de Cai todavía te lo puedes encontrar, y que sea por muchos años, sentado en la mesita que está en el rincón de Casa Manteca, y si le invitas a una manzanilla lo mismo te habla de cuando le llamó Sofía Loren a la señora esposa de don Juan Carlos I, a la sazón reina de España, “es que me puse nervioso”, te dice. O cuando recorría España siendo un niño con un grupo que se llamaba Los Chavalines del Sur. ¡Los Chavalines del Sur! ¡Qué poca imaginación había entonces poniendo nombres a los grupos flamencos!
- Entonces y ahora. Está mayor Chiquito, pero todavía canta los fandangos como nadie.
- Como nadie, sí señor.
- Y al lado está ese bar donde te ponen un puré de ajo con tomate y pimiento y que está muy rico. La receta es sencilla: tomate colorao, ajo, pimiento verde y pan de telera del día anterior o, si no hay más remedio, del día de hoy. Se hace un buen majao con agua hirviendo, sal y aceite de oliva del bueno y ya está.
- El bar se llama Los Aparceros. Lo nombró Espeto en el blog de Weirdo.
- ¿Quién es Espeto?
- Un tipo que se despierta con hambre después de haber cenado veinte platos la noche anterior, pero que se queda sin desayunar porque no es capaz de encontrar una churrería que conoce en Cádiz hasta el que asó la manteca.
- ¡Joder, qué salud!
- Ya te digo. Y allí está esa taberna que está llena de fotos de actores y directores de cine, donde da gusto estar aunque te pongan una tapa de arroz que no vale un pimiento.
- Mi taberna favorita es el Bodegón Obregón, el que está en la calle Zarza, en el Puerto de Santa de María. ¡Ese sitio es una maravilla!
- Una maravilla, sí. A mí también me gusta mucho la Taberna la Manzanilla, en Cádiz. La de la calle Feduchy.
- Es cierto. Allí probamos un oloroso seco que estaba de muerte. Estuvimos comprando graneles y probando vinos antes de ir a comer sangre con tomate, fideos con almejas, atún encebollao y un plato de menudo aromatizado con hierbabuena en Casa Cristo.
- ¡Ya tengo hambre, yo! Como somos tres, podemos pedir un arroz para dos, un plato de conejo, uno de venado y uno de jabalí, como Obélix. Y para beber: manzanilla a granel La E.
- Como Obélix te vas a poner tú pidiendo eso. Y también querrás ese revuelto que ponen con patatas fritas y chorizo.
- Presumen mucho de ese revuelto, pero yo prefiero el plato de huevos fritos con patatas. Aunque, si te parece, podíamos dejar los huevos para la noche y acercarnos a la Venta El Raspa a comernos un par de huevos con angulas del Guadalquivir.
- ¿En El Quinto no tienen angulas?
- No, que yo sepa. Las angulas hay que comerlas en El Raspa.
- ¿Llevas dinero? Te lo pregunto porque allí donde vamos no funcionan ni el GPS ni las tarjetas de crédito. Y no se te olvide decirle a Antonio que no meta el huevo en la cazuela de las angulas, que se queda la yema cocida.
- No se me olvida, no.
- Y le pediremos que nos prepare un plato de ánsar con patatas fritas. La cosa más sencilla del mundo, pero es una maravilla como lo prepara esa señora: chorrito de aceite de oliva, cebolla picada, ajo, perejil y pimienta, el pato se rehoga hasta que quede bien dorado, un chorrito de manzanilla, un poquito de agua y a cocer hasta que el pato esté tierno. Luego se pasa la salsa y se acompaña de patatas de la huerta de Sanlúcar, fritas en un aceite de oliva que solo se utilice para freír patatas.
- Una delicia.
- Hay platos que se recuerdan siempre.
- ¿Y qué le vamos a hacer? Al final lo único que te quedan son los recuerdos. Al menos que sean bonitos y que sepan bien.
- Bonita frase. ¿De qué película es?


Direcciones de algunos lugares que se citan en la conversación:

Venta El Quinto: Camino de Doñana, Monte Algaida - 956 366 709
El Veranillo: Av. Del Cerro Falón 6, Sanlúcar - 956 362 719
Casa Paco: Puerto Deportivo de Chipiona – 956 374 664
Bodegón Las Lindes: Calle Montero 4, Sanlúcar – 605 845 091
Casa Manteca: Corralón de los Carros 66, Cádiz
Los Aparceros: Pozo Amarguillo 21, Sanlúcar
La Guapa de Cádiz: En la plaza del Mercado, justo delate del Carrefour.
Taberna Obregón: Calle Zarza, 51 – 956 856 100
Taberna La Manzanilla: Calle Feduchy 19, Cádiz – 956 258 401
Casa Cristo: Calle Pintor Zuloaga, 20 – Cádiz
Venta El Raspa: Calle Central 50, Monte Algaida – 956 387 042

domingo, 18 de abril de 2010

El babieca


Desayuné hace bien poco con un buen amigo. Uno de esos elementos raros para los que gastarse treinte euros en un restaurante es un dispendio o una inversión en el caso de ir acompañado de una tipa. El menda en cuestión, carne de Sport y Fast Food, machacó en cosa de segundos a uno de mis restaurante favoritos: "es un sitio feo, todo en blanco y negro, parece un tanatorio". Con esa sinceridad que mana de la ignorancia más absoluta me detalló que un par de gambones, unos sesos cordero, unas lascas de merluza, un poco de pollo, medio vaso de leche con gelatina y una botella de un vino de Valencia "que ni era reserva, ni era ná", no valían setenta pavos ni de lejos.

El muy canalla, ignorante de la importancia de su opinión en el imparable avance de la gastronomía española, había además escrito una crítica despiadada en alguna red social -había firmado como "El gourmet Messi" sólo por molestar-, poniéndolos de vuelta y media, explicando con toda la vulgaridad de la que era capaz, los tres o cuatro vuelos que podría haberle dado al parné, sin duda más placenteros que llenar el buche con bichos que tenían más apellidos que la duquesa de Romanones.

Durante un segundo el cuerpo me pidió darle una clase magistral, explicarle la brillante ejecución del aperitivo de tomate de la huerta de "los productores que venden en las cunetas de la carretera que va entre Gandía y Utiel" con berberechos criados en el macetero de un afamado productor gallego, que esos delicados gambones que a él parecían peores que los de la Sirena, estaban recogidos con mimo en las orillas del Cantábrico con alfileres, durante la época del apareamiento a las 7 de la mañana y sólo a las 7 de la mañana para evitar el más mínimo estrés. A mi amigo, un auténtico zoquete, ni siquiera le había impresionado saber que el puré de verdura con el que había acompañado los sesos de cordero presalé de Matalascañas a 51,3 grados, se pochaba suavemente durante 40,3 horas, insistiendo en que lo que le de verdad le importaba era que le habían puesto una ración del tamaño de su pulgar -lo que no era moco de pavo, precisamente-, y que además la pasta de gambas fermentadas que le echaban por encima a la merluza "de un tal Celeiro" le había olido mayormente a podrido.

Al parecer, mi colega -un auténtico marmolillo-, no tuvo otra ocurrencia que largarle lo que pensaba al cocinero con pelos y señales, con énfasis le insistió que un cantero de pan "del bueno" no estaría de más; al muy cernícalo no le había impresionado el pan chino. "Como una nube de las que venden en los kioskos, pero sin sabor", decía asombrado. Le había sorprendido ver al chavalín de la cocina molesto ante sus críticas, "yo creo que hasta le sentó mal". Intenté explicarle que los cocineros se dejan el alma en sus platos, pero que son gente sensible en extremo a la crítica y que estoy por ver al primero que desprecia una opinión negativa.

"No me volvéis a liar", me dijo con estulticia mientras le proponía un par de alternativas e intentaba convencerle de que era cuestión de tiempo y dinero conseguir que se montara en la ola de la vanguardia, que pudiera disfrutar de estos manjares tan exclusivos. "No me volvéis a liar", me dijo el babieca mientras devoraba con avidez el último trocito de oreja a la plancha y escupía al suelo el hueso de tres aceitunas que había conseguido limpiar en sus fauces de un mismo viaje.

"Le cambió la cara cuando le conté lo del pollo", me contó limpiándose las morreras de la espuma del tercio San Miguel. "Pues no me dice que el pollo es de Caleya, jajajaja, del Carrefour de Caleya", finalizó entre risas de impúdico descreimiento mientras escarbaba entre sus molares con un mondadientes, medio tapando la escena con la palma de la mano abierta.

domingo, 11 de abril de 2010

La princesa Siena


En un concurso que se emite en un canal de televisión, hay una prueba en la que los concursantes deben adivinar cuatro palabras. La primera de ellas tiene que ser acertada a partir de su definición, mientras que las siguientes se obtienen eliminando una de las letras de la palabra anterior y cambiando el orden de las que se mantienen. El juego es divertido, así que, si os parece bien, poneos cómodos y empezamos a jugar.

Primera. Palabra de ocho letras: “hija del rey, esposa del príncipe, mujer ideal que aparece en nuestros sueños”. Es fácil: princesa. El sueño infantil de las niñas del pasado. Y digo del pasado porque ahora las niñas ya no quieren ser princesas, ni tienen ganas de buscar el mar dentro de un vaso de ginebra o la felicidad en un plato de perdices si para ello tienen que seguir los pasos de algún príncipe azul que les marque el camino: yo decido, chaval, y ya no leo cuentos de princesas. Yo sí los leía. Recuerdo uno que contaba la historia de una princesa que llegó a un palacio pidiendo que le dieran cobijo en una noche de lluvia. La princesa fue bien recibida, pero luego no pudo dormir, porque en la cama que le prepararon llena de almohadas y colchones habían colocado, debajo de ellos, un pequeño guisante. Era la princesa del guisante, y esta historia provocó entre nosotros intensas discusiones sobre si se trataba de una remilgada y una cursi, llena de pamplinas y de melindres, o si, por el contrario, era más bien una mujer sensible, tan sensible que era capaz de percibir cualquier inconveniente que se cruzase en su camino por minúsculo e insignificante que fuese. Historias de princesas con el toque azucarado de la casa Disney. Princesas que sólo parecen encontrar la felicidad en su banquete de bodas. Princesas tan guapas que van provocando envidias y odios, y cuyo destino está en manos de un hada madrina capaz de convertir una calabaza en un bello carruaje y un par de viejas alpargatas en unas preciosas zapatillas de cristal, las más preciosas del mundo. Rubén Darío escribió que “la princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa”, y lo escribió antes de conocer a la princesa Anne, que solo parece encontrar un poco de felicidad durante el escaso día que escapa de su jaula de oro para descubrir, de una tacada, la ciudad de Roma, la alegría de vivir y el amor de un periodista americano que le invita a tomar una copa de champán en el café Rocca, antes de pasearla en Vespa por las calles de la ciudad y de darle un beso en su boca de fresa.

Me pongo a jugar con la palabra princesa y descubro que encierra otras muchas palabras dentro de ella. Descubro, por ejemplo, que es atravesada por el río Sena, como París; o que, como París también, o como cualquier otra palabra que podamos imaginar, lleva el cine cosido en su interior; o que se da la paradoja de que es la princesa la que guarda a una reina muy bien escondida, para que ninguna bruja mala la pueda encontrar. Sigo buscando y me encuentro con pensar, con cien, con crin, con prisa, con precisa, o con anís. Anís. Otra palabra que también me trae recuerdos porque me devuelve el sabor del agua del botijo que descansaba a la sombra, en el patio trasero de la casa de veraneo de un pueblo de Ávila; o el de esos caramelos con forma de bolitas que, como se parecían mucho a las perlas, utilizábamos como tesoro escondido cuando jugábamos a los bucaneros, mientras nos merendábamos un bony. El anís es una bebida que no ha sabido resistir al empuje de otros licores dulces, pero a lo mejor pronto vuelve a ponerse de moda porque, como nos contaba el otro día un ADL, la gastronomía cada vez se parece más a la alta costura, y si ayer se llevaban las hombreras, las solapas anchas, el Fundador y el anís Del Mono, hoy molan los escotes pronunciados, los colores cálidos, los gintonics y el limoncello. Mañana, ya veremos. Puede ser que todavía quede hoy algún paisano que se acerque a la barra de un bar con la intención de tomarse un carajillo o un sol y sombra, pero lo normal será que el camarero no entienda lo que le están pidiendo. A mí me gustaba mucho la botella de anís Del Mono, porque en navidades mis padres me dejaban tomar una palomita para acompañar los polvorones y los roscos de vino, y porque, ya vacía, me servía de instrumento para hacer ruido, frotándola con una cucharilla mientras todos cantábamos villancicos: “Hacia Belén va una burra, chimpúm, yo me remendaba, yo me remendé, yo me hice un remiendo, yo me lo quité….” Pero dejemos ya de jugar y volvamos al juego.

Segunda. Quitando la P: “verdadera, sin falsedad o hipocresía”. Es fácil también: sincera. Aunque cualquiera se atreve a ser sincero, ni tan siquiera a intentarlo, pues nada engaña tanto como la sinceridad. Oscar Wilde dijo que un poco de sinceridad es algo peligroso y que demasiada sinceridad puede ser absolutamente letal. Para Jardiel Poncela la sinceridad es el pasaporte de la mala educación. Quevedo estaba obsesionado con la verdad, que es amarga y que quería echarla de la boca: “a todos habla y a todos dice la verdad clara y lisa y lo que siente, sin rastro de lisonja; y si acaso escuece y pica, considere que no es sino solo porque cuanto se dice es verdad y desengaño, que todos le quieren y nadie por su casa…». Jamás vi tanta crueldad como en la seducción de Madame de Tourvel por el Vizconde de Valmont y su posterior rechazo: “…sinceramente, no puedo evitarlo”. Serrat decía en una canción que “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Yo creo que no tiene razón Serrat, que se equivoca. Mario Benedetti escribe: “¿Qué crees que es la sinceridad? ¿Que yo te diga lo que te gusta y vos me digas lo que me revienta? Cuidado con la palabrita. La sinceridad (cuando es sincera, porque también hay una sinceridad falsa) siempre nos llevará a odiamos un poco. Bueno, seamos sinceros sólo cuando debamos serlo, pero intentemos ser siempre agradables, así que, por favor, basta de sinceridad y que alguien me diga algo agradable:

- “Claro, ¿qué quieres que te diga?
- Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. Dímelo.
- Te he esperado todos estos años.
- Dime que habrías muerto si yo no hubiese vuelto.
- Habría muerto si tú no hubieses vuelto.
- Dime que aún me quieres como yo te quiero.
- Aún te quiero como tú me quieres.”
- Gracias. Muchas gracias.

Tercera. Quitando la C: “ninfa marina con busto de mujer y cuerpo de pez”. Chupado: sirena. Las sirenas son criaturas muy hermosas que siempre han seducido a los marineros con su maravillosa voz. También hay un cuento que tiene como protagonista a una sirenita que se enamora de un príncipe. Es la más famosa de todas las sirenas, y su estatua se encuentra en la bahía del puerto de la ciudad de Copenhague. Al igual que ocurre en Bruselas con el Manneken Pis, son muchos los visitantes de Copenhague que se sienten un poco desilusionados al descubrir que el símbolo de la ciudad es una pequeña estatua de bronce que se halla sentada sobre unas rocas que se adentran en el mar, pero como dijo una vez un famoso escritor de libros de viajes, mientras que en otras ciudades se levantan estatuas de generales, de políticos y de potentados, en Copenhague tienen el buen gusto de limitarse a ofrecernos simplemente la estatua de una pequeña sirena. Yo creo que eso es estupendo.

También se llaman sirenas a las mujeres que nadan muy bien. Cuando yo era crío, los periodistas deportivos, siempre tan imaginativos, llamaban sirenas a las nadadoras más rápidas, como Shane Gould, estrella destacada, junto con Mark Spitz, de las Olimpiadas de Munich de 1972. Y aunque la sirena oficial de Hollywood fuese Esther Williams, protagonista de unas cuantas películas muy simpáticas que tienen como principal atractivo la inclusión de números musicales acuáticos, mi sirena favorita siempre ha sido Maureen O’Sullivan, la madre de Mia Farrow, nadando desnuda junto a Tarzán en “Tarzán y su compañera”. También me gustaba la chica-pez de Local Hero, una estupenda película que cuenta con una interpretación inmensa de Burt Lancaster y con la música de un Mark Knopfler en estado de gracia, y que creo que deberíamos volver a ver en estos tiempos difíciles en los que los especuladores, los economistas y los políticos están a punto de conseguir el que seamos la primera generación en los últimos doscientos años que, sin guerras por medio, vamos a vivir peor que nuestros padres; verla otra vez, decía, para que nos levante la moral con sus hermosas imágenes del cielo escocés y para que nos recuerde que otro modo de ver la vida es todavía posible.

Cuarta. Quitando la R: “color castaño claro y amarillento”. Algo más complicada que las palabras anteriores, pero aún así tenemos suficientes pistas para adivinar que se trata del siena, una gama del ocre que hace referencia al color de las tierras de la Toscana. Me parece bien la idea de que una ciudad tan bonita, donde se encuentra la plaza que a mí más me gusta de todas las que he visto en mi vida, haya dado nombre a un color, y así poder decir, sin pecar de redundante, que Siena está teñida de siena. Y también lo están algunos cuadros de la Escuela de Siena, como esta Anunciación de Simone Martini, en la que el ángel San Gabriel le notifica la buena nueva a María, quien la recibe sorprendida, con una expresión que parece mezclar la timidez, la humildad y la confusión, y que da lugar a una escena hermosísima que se desarrolla sobre un fondo de color siena. En Siena hacen un postre muy contundente: el panforte, hecho con miel, harina, chocolate, azúcar, frutas y frutos secos. Siena es también la tierra del Brunello di Montalcino y del Chianti, el vino favorito del Doctor Hannibal Lecter para acompañar un plato de su especialidad, elaborado con judías e hígado humano extraído del cadáver de alguna de sus víctimas. Pero Siena no es sólo un color, o una ciudad, o una escuela de pintura, es también el nombre de una niña muy pequeñita que se acaba de asomar a la vida. Y aunque ni siquiera sé todavía de qué color tiene los ojos, la imagino tan guapa como todas las princesas de los cuentos infantiles, tan guapa como una sirena, tan guapa como Audrey Hepburn. O más guapa todavía, porque ¿cómo no serlo con ese nombre?

Nueva ronda de palabras, once letras: “escrito que se pone en un libro, fotografía o artículo publicado en algún blog, para ofrecerlo o brindarlo a alguien”. Ya sé: dedicatoria. Este artículo nombra a una niña, pero está dedicado a tres.

domingo, 4 de abril de 2010

Gastronomía e internet


"No te metas a mi Facebook
No te metas por favor
Cuando escribas melodramas
No me lo hagas por el wall"

Internet nació para el gran público hace tan sólo quince o veinte años. Los primeros usuarios se peleaban de aquellas con el Mosaic, el embrión de Mozilla. La industria fue entendiendo poco a poco las posibilidades, sobrevalorándola de tal manera, que en el filo del siglo XXI, la crisis sacudió duramente todo aquello que andaba alrededor. Simplificando el problema, los usuarios no estaban dispuestos a pagar un duro por los contenidos y como mucho contrataban conexiones, tan baratas como fuera posible. Poco después de la explosión de la burbuja tecnológica ya eran muchas las empresas que entendieron que quizá las ventajas habrían de llegar de otra manera.

La relevancia internacional de la gastronomía española, su gran despegue, e internet, fueron creciendo paralelamente. A ambas les llegó su adolescencia más o menos en al final del primer lustro del nuevo siglo. Los blogs y las redes sociales les pillaron a los restaurantes con el paso cambiado. Críticas con y sin fundamento, anonimato y una exposición brutal a la sociedad que la mayoría se tomó sin demasiado sentido del humor. Si ya llevaban mal los desaires de la crítica gastronómica o de cualquier guía, esto sobrepasó con holgura su límite; un tipo cualquiera iba a su restaurante y les ponía los puntos sobre sus íes unas veces con razón y otras con un desconocimiento perentorio. Con carácter general fueron absolutamente incapaces de sacar partido de una situación que supone el sueño de cualquier empresa: la posibilidad de estar en boca de todos día sí y día también.

Pero no fue fácil modular el mensaje y su alergia a internet fue de tal calibre que ni siquiera aprovecharon las oportunidades de una página donde se accediera a reservas y publicara sus novedades. Mientras Opentable es imprescindible en Nueva York para conseguir mesa -y cancelarla, modificarla o lo que sea necesario-, sus equivalentes en España apenas presentan un grupo residual de restaurantes. La crisis no ayudó precisamente a que se decidieran a invertir en un negocio que debía aunar marketing y gestión, les daba la posibilidad de presentar su inventario en primera línea, de venderse sin depender de agencias de comunicación.

Fueron precisamente éstas, las agencias de comunicación y las empresas editoriales, las que vieron primero las posibilidades del tinglado. La guía Repsol ha entendido la enorme potencialidad del medio, sus ramificaciones hacia los dispositivos móviles -no olvidemos que hablamos de una guía de carreteras- y ya ofrece sus contenidos gratis por internet con toda la artillería disponible: blogs, facebook y twitter. Un par de minutos antes de que esto sucediera, probablemente tarde, algunos restaurantes abrieron sus cuentas en el propio facebook, una red social en la que se tiende la puerilidad con demasiada frecuencia pero que, a cambio, les permite controlar cualquier mensaje que se les dirija. Poco botín para un océano tan grande.

Descartados los blogs por incontrolables y twitter por inservible, es probablemente facebook la herramienta que el gremio considera más interesante. Son muchos los restaurantes que se han animado a crear una cuenta donde han aceptado a sus "amigos" a medias entre simples gruppies y clientes habituales. Pueden mantener una comunicación con gente a la que pueden poner nombres y apellidos y recibir un feedback tan modulado positivamente como se desee. Por supuesto no les va a permitir crear "tendencias", pero sí lanzar un boca-oreja que les puede ser interesante a la hora de fidelizar a estos clientes.

Internet es pura entropía, pero a su vez es un universo de posibilidades. Otras empresas lo han entendido, la red está llena de casos de éxito. No es el caso de la alta gastronomía española, a la vanguardia de muchas cosas, pero incapaz de entenderse con la nueva realidad, que no es otra cosa que la gente que te encuentras por la calle. Sospecho que es tan sólo un síntoma del desencuentro entre la clase media, los potenciales clientes, y la gastronomía de alto copete.