viernes, 4 de marzo de 2011

Cacahuetes

Esta feo que sea yo quien lo diga, pero este es un post muy oportuno. Últimamente tenemos un poco olvidado el producto, producto, producto. De hecho, creo que la última vez que tratamos el tema del producto, producto, producto fue hace ya varios meses cuando hablamos de casquería. Para subsanar este olvido, hoy traemos a nuestras páginas un tema interesante: los cacahuetes, producto, producto, producto frecuentemente olvidado por los gastrónomos jactanciosos y arrogantes, más partidarios de los anacardos y de las nueces de macadamia, y que, sin embargo, están riquísimos. Oriundos de América, fueron importados a Europa por los conquistadores españoles y desde entonces nos han entretenido muchas tardes de domingo. Cerveza, fútbol y cacahuetes. Aunque la Wikipedia diga que es una legumbre, el cacahuete ha sido un fruto seco toda la vida de dios. Un fruto seco como la almendra, la nuez o el piñón. Como el pistacho y como las pipas de girasol. Un fruto seco como la copa de un pino.

Es conveniente empezar aclarando estas cosas, pero una vez desecho el equívoco y antes de comenzar a transitar por los senderos insólitos del cacahuete, vamos a detenernos en algunas cuestiones semánticas que revisten gran importancia, y es que la palabra tiene lío. En México se llaman cacahuates (“¡guate!, ¡ponme unos cacahuates!”, pide Holden, con ese acento que tiene de mariachi de Chamberí, cuando viene de visita a casa). En España lo normal es decir cacahuete (plural: cacahuetes), pero como los catalanes dicen cacahuet, los castellanohablantes de Cataluña, por mimetismo, hablan de cacahué, ya que se manejan fatal con las palabras terminadas en “t”, y por eso les cuesta mucho trabajo decir “Generalitat”, “cacahuet” y “Atlético de Madrit”. El plural de cacahué podrá ser cacahués o cacahueses, cualquiera sabe, aunque yo me inclino más por cacahueses, vocablo que me parece mucho más eufónico que cacahués. Como muchas personas tienen la costumbre de escribir las palabras tal y como se pronuncian, no faltarán en nuestra geografía tiendas de frutos secos que vendan cacagüetes, palabra que me está costando una eternidad escribir por culpa del maldito corrector automático del Microsoft Word. Con menos problema
s la escribía el Tío Eulogio en la pizarra de los futbolines situados en la calle Juan Carlos I de la villa abulense de Cebreros: “Aquí no se fía. Hay cacagüetes y leche merengada”.

En Madrid mucha gente los llama alcahueses, probablemente debido a extrañas influencias lingüísticas que vienen a demostrar que los madrileños siempre han sido un poco puteros. Tampoco se libran de sospechas los habitantes de otras tierras castellanas cercanas a la capital, quienes, cuando se acercan a un bar, piden para acompañar la caña “un platito de alcahuetes”. Si cruzamos Despeñaperros, la cosa comienza a complicarse más, y en Cádiz ya ni les cuento. Los gaditanos nunca han tenido la costumbre de llamar a las cosas por su nombre. En Cádiz, por poner un ejemplo, al puerto le dicen muelle. Si un taxista le pregunta en Cádiz: “-¿Dónde vamos, jefe?”, y lo que usted quiere es acercarse a recibir a unos parientes que vienen de crucero en el Queen Elizabeth, no se le ocurra responder: “- Lléveme al puerto”, porque si lo hace le puedo asegurar, sin ningún genero de duda, que terminará usted en El Puerto de Santa María viendo el puerto de Cádiz desde el otro lado de la bahía. Si alguien le manda a la plaza de toros, usted no verá ninguna corrida, p
ero lo más probable es que acabe comiéndose unos pepinillos bañados con cacahuetes en el restaurante Lumen, próximo a la Plaza Asdrúbal. Cosas de Cádiz. En Cádiz un vagoneta es un bujarrón, un miarma es un sevillano, y un chícharo es un guisante. Un nota es un tonto del culo, un picha es un compadre, y un amarillo es un autobús que va a Sanlúcar de Barrameda. En Cádiz un puchero es un cocido, un sieso es un chufla y un cañailla es cualquier animal, vegetal o mineral que proceda de San Fernando. Una jartá es un puñao, un lacio es un malencarao y un carajote es un nota, aunque más tonto todavía, de esos que prefieren tomarse un bocadillo de chope antes que una cazuela de papas con langostinos. Después de todos estos ejemplos verídicos y sinceros habrán comprendido ustedes que es imposible que los gaditanos llamen cacahuetes a los cacahuetes. Al cacahuete en Cádiz se le dice avellana. Pero como de ese modo se confunden los cacahuetes con las avellanas de verdad, a estas las llaman “avellanas de los toros”, pues se solían empezar a consumir a dos carrillos cuando salía de toriles el primero de la tarde, aquellos lejanos años en los que había plaza de toros en Cádiz capital, justo en el solar que se encuentra en la Plaza Asdrúbal, muy cerca del restaurante Lumen.

En Cuba y en otros país
es de Hispanoamérica el cacahuete se llama maní:

Maniiiiiiiiií.
Esta noche no voy a poder dormir
sin comerme un cucurucho de maní


Este bolero ha sido interpretado por muchos cantantes. La orquesta de Xabier Cugat, en los años cuarenta, solía incluir en sus conciertos una versión melódica del mismo. Judy Garland lo cantaba en la película de George Cukor A star is born. También Julio Iglesias lo incorporó a su repertorio para hacer de las suyas con esta canción. Pero yo siempre la identifico con Antonio Machín. Me acuerdo muy bien porque este hombre siempre cantaba las mismas canciones: empezaba con Dos gardenias para ti, canción con la que tienen una importantísima deuda de gratitud todas las floristerías del mundo hispano; seguía con El manisero y terminaba con Angelitos negros, alegato espiritual y bondadoso que recordaba a los pintores especializados en asuntos religiosos el importante papel que podrían desempeñar, ellos también, en la lucha contra la discriminación racial. La orquesta la dirigía el maestro Rafael Ibarbia.

Los canarios llaman manises a los cacahuetes pelados. En Madrid (y no sé si también en otras zonas de España) cuando están tostados y salados se llaman panchitos, y se venden en las tiendas de frutos secos y en algunas churrerías. Son muy agradables de comer, nada que ver con los indigestos kikos, ruidosos, grasientos, fundamentalistas y sectarios, indignos de compartir bolsa con los alegres panchitos. Los kikos nunca me han gustado. Ni solos ni asociados con otros frutos secos. En general, no soy partidario de esas bolsas (o latas) que venden en los supermercados y que contienen diversos ingredientes mezclados (cóctel, se llaman), porque si quiero masticar una almendra, no me apetecerá encontrarme con una avellana, con una uva pasa y mucho menos con un kiko. En algunas bolsas (o latas) de cócteles mixtos, incluso se mezclan frutos secos pelados con otros con cáscara, lo cual me parece una barbaridad, ¡hombre!, que está uno masticando distraídamente sus panchitos mientras piensa en las luces y sombras de Casa Manteca, y de pronto se encuentra con que la cáscara de un pistacho le ha saltado el empaste de una muela.

Mi abuela hacía por navidad un turrón de panchitos. Os daría la receta si la supiera. También compraba en el economato tabletas de turrón de chocolate con frutos secos, que básicamente eran cacahuetes. Los cacahuetes son más baratos que las almendras y también combinan bien con el chocolate. Prueba de ello son los conguitos. Mi primo Luisito estaba completamente enganchado a los conguitos. Todos los días al llegar a casa se sentaba delante de la tele con varias bolsas de conguitos y no se levantaba hasta que se las terminaba todas. Le daba igual que pusieran Un mundo para ellos, Los ángeles de Charlie o el telediario. No sé de donde sacaba la pasta para comprar tanto conguito, pero el caso es que llegó a tener serios problemas de adicción. Eran su vía de escape, lo único que le rescataba de sus momentos de angustia y de ansiedad. ¡Pobre Luisito! Ya va por los ciento veinte kilos.

Pero basta de historias familiares. Los cacahuetes también tienen sitio en la alta cocina. Creo que Ferrán Adrià sirve en su menú de este año unos cacahuetes miméticos. No estoy seguro, yo no soy goloso. Quienes los han probado dicen que no son cacahuetes, pero que parecen cacahuetes porque están hechos de cacahuetes. Vale, así es El Bulli. Pedro Subijana servía en su menú degustación un helado de foie acompañado de un bizcocho de cacahuetes. En Lúa (un restaurante muy recomendable, por cierto) comimos una vez lubina con verduras, sopa de maíz y crema de cacahuete. Y hablando de sopas, la sopa de cacahuetes, de herencia africana, es típica de los estados del sur de Estados Unidos.

Y es que en Estados Unidos también se comen muchos cacahuetes. En las películas antiguas de Hollywood, cuando alguien buscaba algo de comer en la nevera lo primero que se encontraba era la mantequilla de cacahuetes. Una de las tiras cómicas más importantes del siglo XX se llama Peanuts, y también hay algún buen ejemplo de grandes canciones protagonizadas por cacahuetes. Les cuento. Dizzy Gillespie fue un magnífico trompetista de jazz estadounidense que impulsó el bebop, junto a Charlie Parker. El bebop es un estilo jazzíztico que supuso uno de los primeros puntos de ruptura con la música swing, característica de las Big Bands. En los años cuarenta, el swing se estaba quedando anclado en unos ritmos que parecían repetirse una y otra vez, sin capacidad para evolucionar. Cuando ya daba la impresión de que había sido exprimido hasta el máximo, apareció el bebop. Su nacimiento estuvo motivado, como tantas cosas en la vida, por una feliz coincidencia. En Harlem había un club en la calle 118 llamado Minton's Playhouse. El club estaba situado en la primera planta del Cecil Hotel y lo regentaba un hombre llamado Teddy Hill, quien tuvo la idea de abrir las puertas de su local a la hora en que los demás clubes de Nueva York cerraban las suyas. El club empezó a ser frecuentado por músicos de jazz que antes habían actuado en salas de swing repartidas por toda la ciudad, y que acudían al Minton’s porque allí tenían la oportunidad de dar rienda suelta a su creatividad en interminables jam sessions. En esas sesiones informales, de la mano de Dizzy Gillespie, nació el bebop (el origen de la palabra no está muy claro; cuando a Charlie Parker le preguntaron sobre el tema, dijo que la palabra bebop sonaba igual que la porra de un policía chocando contra la cabeza de un negro, pero supongo que estaría de broma). El estilo bebop pronto comenzó a tener éxito, debido sobre todo a un quinteto que actuaba en las salas de jazz de la calle 52, y que estaba formado por Dizzy Gillespie (trompeta), Charlie Parker (saxo), Al Haig (piano), Curley Russell (contrabajo) y Stan Levy (batería). Casi nada.

Pues bien, una de las canciones más características del nuevo estilo se llama Salt Peanuts y fue compuesta por Dizzy Gillespie en 1942. Cacahuetes salados. Quien quiera escucharla que
pinche aquí.

203 comentarios:

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Jesús Melitón dijo...

Tarde de cine. Me ha dado cosa entrar a ver Torrente IV y he terminado visionando Rango. El hecho de acudir con niños ha sido determinante. Los que se vean empujados a llevar a la infantería al cine estos días están de suerte. Vamos, que a mí me ha gustado.

En lo gastronómico, las palomitas desprendían un insidioso tufillo a mantequilla, que encontraba su impecable contrapunto en el inteligente empleo del cloruro sódico, aplicado con abundancia y generosidad. El resultado, gomosidad ilustrada en ese arriesgado y bien resuelto coqueteo graso-sápido, que renuncia al paradigma conceptual de textura crujiente, otrora dominante y hoy poco ponderado. Se impone la organización de un congreso gastronómico de vanguardia que analice el fenómeno, dedicado al maiz y su uso en las salas cinematográficas y que tuviese como país invitado a California, homenajeando a la meca del cine, a la tierra de las nueces y a las máquinas caseras de pop-corn.

Reafirma el planteamiento la superioridad en el maridaje (o armonía) del capítulo sólido: ha sido necesario acompañar una media ración del cubo xxl de palomitas con dos pesicolas de la misma talla. La otra media ración ha acabado en el suelo, pero esa es otra historia.

Carlos dijo...

Yo veré Rango esta tarde. Y como se prevee que la comida sera flojita, me voy a hacer un aperitivo de panceta asada lentamente en olla express durante 45 minutos y luego pasada por la plancha tambien lentamente durante 30 segundos a fuego fuerte.

Mario dijo...

Me encanta el mundo de la gastronomía, por ello estoy recordando y utilizando distintos ingredientes. En este momento he pedido comida las condes un menú espectacular que espero que me guste

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