lunes, 20 de junio de 2011

Rellenos


Quizá el primer recuerdo que me trae a la cabeza la palabra “relleno” sea el de un personaje del “Pulgarcito”, Gordito Relleno, un tipo rechoncho y bonachón especialista en destrozar básculas y organizar desastres por donde quiera que pasara. También me recuerda a muchos platos que comía de niño en las fiestas navideñas: pollos enormes rellenos de cualquier cosa; lomos de merluza al horno rellenos de una especie de pisto con cebollas, pimientos, tomates y gambas; aleta rellena de espinacas, jamón, tortilla francesa y pimientos morrones, como la que preparaba Pepe Carvalho en no recuerdo qué novela de Vázquez Montalbán, y que luego nos tomábamos caliente o cortada en rodajas frías que se servían acompañadas de mayonesa; berenjenas rellenas de berenjenas y carne picada con tomate; rollitos de jamón de York rellenos de huevo hilado; huevos duros rellenos a los que se les sacaba la yema y luego se les volvía a introducir mezclada con atún, mayonesa y aceitunas picadas; empanadillas, pencas de acelga, calamares, lomo de cerdo, calabacines, pimientos, tomates…, en Navidad todo estaba relleno de algo. De postre roscones rellenos y un trocito de turrón de Cádiz, dulce de mazapán relleno de trozos de frutas confitadas. Luego, a cantar villancicos y a ver la televisión.

En televisión se llama “relleno” a aquellos capítulos de una serie que no tienen importancia dentro del argumento principal de la misma, pero que sirven para desarrollar alguna idea al margen de la historia o para dar profundidad a algún personaje cuya relevancia se quiere potenciar. Aunque esta sea la teoría, en realidad los capítulos de relleno se suelen utilizar en aquellos momentos en que los guionistas se encuentran desprovistos de ideas y necesitan un descanso (se supone que breve), para volver después llenos de energía y con toda su creatividad recuperada, cosa que, por desgracia, no siempre ocurre. Recuerden, por ejemplo, la célebre serie “Flashforward”, que partiendo de una idea prometedora, se quedó en una aburrida sucesión de capítulos de relleno que continuaron emitiéndose hasta que la productora decidió cancelar ese tostón con el beneplácito de un público que estaba ya harto de tanto desmadre futurista. Puede darse el caso de que los productores tarden en darse cuenta de la situación, y se pasen años y años rodando capítulos de relleno. Incluso puede que toda la serie sea puro relleno, en espera de alguna idea brillante que nunca termina de llegar. Cuando el relleno ya se nota demasiado, se puede seguir exprimiendo el limón rodando películas que den más lustre a la serie, como ha ocurrido por ejemplo con las películas de “Sexo en Nueva York”, que no son más que simples capítulos de relleno más largos y más aburridos.

A veces suena la flauta y esos capítulos de relleno consiguen su propósito de fortalecer la imagen de algún personaje secundario. En ocasiones, el éxito ha sido tan grande que ese personaje, que al principio tenía una presencia ocasional, no solo ha ascendido a la categoría de principal, compartiendo el protagonismo con otros personajes, sino que ha llegado a protagonizar su propia serie, rodeado por otros personajes que esperan pacientes a que algún afortunado capítulo de relleno pueda cambiarle también a ellos sus roles de personajes secundarios. Los americanos llaman a estas series spin-off: Bronco Layne, Los Roper, Los Colby, Frasier, Aída, Penélope Glamour y Pierre Nodoyuna, Pebbles y Bam-Bam…. El caso que a mí más me gusta recordar es el de “Lou Grant”, antiguo reportero, compañero de Mary Tyler Moore en “La chica de la tele”, y protagonista, ya como redactor jefe de un periódico, de una serie que tuvo un gran éxito y que a mí me gustaba mucho, no por el hecho de haber retratado mejor que ninguna otra el oficio de periodista, que también, sino porque puso de manifiesto lo que yo pensaba que ese oficio debería ser, o al menos como a mí me gustaría que fuese.

En la actualidad, el relleno televisivo se va extendiendo como la pólvora. La presencia de nuevos operadores, la proliferación de canales temáticos y las concesiones de licencias públicas y privadas para la creación de cadenas autonómicas, sumadas a los canales de pago, han hecho que pasemos en unos pocos años de los dos canales a este batiburrillo en el que se ha convertido hoy día la televisión. Si ya era difícil rellenar la parrilla con una programación interesante habiendo solo dos canales, con la situación actual ni les cuento: rellenos y más rellenos. Y es que la mayoría de los operadores en vez de preocuparse por tener una programación interesante y variada, han preferido ganar dinero (o perderlo, o hacérselo perder a los ciudadanos) con programas chorras de gran audiencia; lo demás son informativos tendenciosos, debates protagonizados por tertulianos cuyas opiniones pueden causar sonrojo o herir la sensibilidad del espectador, y programas de relleno. Hablando de sonrojos, es muy recordado un programa de los inicios de Telecinco (en un periodo anterior a Belén Esteban) en el que invitaron a ese ciclón llamado Jesús Gil para hablar del concepto del éxito, de la búsqueda del dinero y la fama como única salida posible para cualquier actividad que se acometa en la vida. Todo muy profundo. Jesús Gil, por si lo han olvidado ustedes, fue, entre otras cosas que no vienen ahora al caso, el precursor del nuevo manual de estilo del Atlético de Madrid, con el que se sienten identificados muchos aficionados rojiblancos: exaltación de lo hortera, encumbramiento de lo vulgar y odio a todo lo que vista de blanco. A ese sujeto, dueño de Imperioso, pionero de la bazofia intelectual que hoy día impera en las tertulias televisivas, y propietario de un cerebro relleno de queso fundido y de recalificaciones urbanísticas, le pusieron a conversar del éxito en un programa de televisión con Carlos Barral. Fue inolvidable.


Aparte del fallecido Jesús Gil, hay otros tipos de relleno en el mundo del deporte. Pongamos algunos ejemplos sin necesidad de recurrir a los periódicos deportivos (los cuales nos darían material suficiente para escribir varios capítulos de la Gran Enciclopedia Universal del Relleno). Veamos. Cuando un partido de baloncesto ya tiene decidido el resultado pero todavía no ha terminado, se dice que se están jugando los minutos de la basura; pero cuando los partidos los retransmitía Héctor Quiroga, esos minutos eran los de relleno. Son minutos que hay que jugar aunque no tienen ya mucho sentido y los entrenadores los aprovechan para dar una oportunidad de lucirse a los jugadores reservas mientras el público va desfilando hacia la salida. En el ciclismo, las etapas de relleno se llaman ahora etapas de transición; suelen ser largas y llanas (apenas salpicadas por pequeños puertos de cuarta categoría) ideales para acompañar sin sobresaltos las siestas de las tardes veraniegas. Esto de la transición también lo dicen mucho los escritores, los cantantes o los directores de cine cuando sacan una novela, una canción o una película que rompe con su estilo anterior, quizá porque por fin se han dado cuenta de que dicho estilo hace tiempo que había dejado de interesar al público: “Estoy pasando por un periodo de transición”, dicen entonces.

Los asaltos de relleno de un combate de boxeo se conocen como asaltos de tanteo. La expresión tuvo éxito y se ha extendido a otros deportes: “Estamos en los minutos de tanteo”, dicen los locutores cuando narran un partido de fútbol que ya ha comenzado a disputarse aunque los espectadores tengamos la impresión de que los jugadores no se han enterado todavía de ello. Pero en el boxeo, el auténtico relleno lo constituyen las peleas que preceden al combate estelar de la noche. Una vez le escuché a alguien decir que el boxeo era una representación exagerada de la vida. Entonces solo pensé en lo a gusto que se tiene que quedar uno después de decir una cosa semejante y en la cantidad de hostias que debía haber recibido ese pobre hombre a lo largo de su existencia, pero ahora en cambio creo que se trataba de un pensamiento muy profundo que hacía referencia a todos los momentos que pasamos en la vida en espera de algún fugaz acontecimiento estelar que podamos recordar para siempre. Pues vale. La vida es todo lo que nos ocurre mientras vamos pagando la hipoteca: acontecimientos fugaces y asaltos de tanteo. Pero nada sobra, salvo quizá las visitas al dentista y alguna comida en casa de los cuñados.

En el teatro, los personajes de relleno se encargan precisamente de rellenar el tiempo que necesitan los actores principales para descansar, cambiarse de ropa o retocarse el peinado o el maquillaje. Cada vez se encuentran en la cartelera menos obras de teatro que estén protagonizadas por amplios repartos con muchos actores secundarios y de relleno. Supongo que será debido fundamentalmente a que estos actores también quieren cobrar un sueldo, por muy pequeño que sea, sin comprender que con ello contribuyen a la baja productividad de nuestra economía y provocan graves disgustos a nuestros empresarios, de modo que los autores teatrales, conocedores del problema, se afanan en escribir obras con pocos personajes e incluso monólogos como “Cinco horas con Mario” o “Los monólogos de la vagina”.

En el cine no se trata de rellenar el tiempo, ya que para conceder descanso a los actores basta con que el director corte el rodaje por unos momentos, sino de rellenar el espacio. Los actores de relleno se llaman “extras”. Era divertida una escena de “El hijo de la novia” en la que Ricardo Darín y Eduardo Blanco discuten durante el rodaje de una película, arruinando totalmente la escena. Por un momento, los extras se convirtieron en actores principales y los actores principales se convirtieron en extras, y, de pronto, comenzaron a tener más importancia los problemas domésticos de un par de personajes anónimos sentados en una mesa situada al fondo del bar, que los grandilocuentes discursos del actor principal, como si se estuviera rodando un pequeño homenaje a esos asuntos de la vida, pequeños y cotidianos, que algunos llaman “de relleno”.

A mí padre le parecía que, en las películas de los Hermanos Marx, las canciones eran el relleno, y le molestaba que la acción trepidante y los chistes disparatados de Groucho, Chico, Harpo y Margaret Dumont se interrumpieran con números musicales. Por el contrario, de las películas de Fred Astaire opinaba que todo era material de relleno excepto las canciones y los bailes de Fred con su pareja de turno. Podría parecer una contradicción si no tuviéramos en cuenta las expectativas con las que cada uno se acerca a ver una película. Si hablamos de los Marx, el envoltorio eran los desternillantes números cómicos protagonizados por los hermanos, de modo que la música de sus películas (aunque incluya canciones tan bonitas como “Alone” compuesta por Nacio Herb Brown, autor entre otras de “Singin’ in the rain” o “Good Morning”) siempre ha sido considerada por muchos como una molesta interrupción, que aunque pudiera estar justificada en sus actuaciones en los escenarios de los teatros, no venía a cuento en sus películas. En el caso de las películas de Fred, nadie puede discutir que los argumentos son bastantes simplones. Historias un poco tontas, puestas al servicio de canciones hermosísimas que son interpretadas por el bailarín más grande de todos los tiempos. Son números musicales tan grandiosos que se siguen contemplando con la misma admiración más de setenta años después de haber sido rodados. Es cierto que en ambos casos (películas de los Hermanos Marx y de Fred Astaire) el envoltorio es formidable, pero a mí (también en ambos casos) me sigue gustando mucho el relleno.

El cine actual en cambio tiene cierta tendencia a saltarse el relleno, quizá debido a que ahora los espectadores estamos más acostumbrados a ir al grano rápidamente. Además disponemos de un arma contra la que no se puede luchar: el mando a distancia. Si Eric Rohmer empieza a hacer uno de sus dibujos de trazo finísimo sobre la evolución interior de un personaje, si Bergman se detiene durante horas en el proceso de desintegración de un matrimonio como prueba de lo imposibles que resultan las relaciones humanas, o si nuestro envidiado John Holmes tarda más de la cuenta en desenfundar su arma favorita, cogemos el mando a distancia y, o bien cambiamos de canal, o bien le damos al botón de avance rápido intentando llegar a toda prisa al momento mágico de la felación a dúo o, en el caso de que se trate de una película de Rohmer o de Bergman, a ese fugaz instante de su cine en el que ocurre algo. Aunque no seré yo quien defienda un estilo de cine pretencioso y aburrido, sí reconozco que se ha pasado de un extremo a otro, fomentándose un tipo de espectador acelerado; un espectador de cine porno que no tolera los momentos de relleno entre polvo y polvo, y que no siente el menor interés por el desarrollo pausado de una historia, por su coherencia interna, por el ritmo lento, por el análisis psicológico de los personajes o por la descripción de los mismos. A todo esto lo llaman “tiempos muertos”. En el caso improbable de que lean libros, se saltarán párrafos y capítulos enteros, o se conformarán con leer la contraportada para enterarse de qué va aquello. No les gusta el relleno porque ignoran que en muchas ocasiones este es tan relevante como el ingrediente principal y que, aunque es cierto que algunos acontecimientos pueden tener más importancia que otros, en las obras que realmente merecen la pena nada es superfluo ni innecesario. Todo es relevante. Como en una película de Ford. Como en las empanadillas. Como en la vida misma.

203 comentarios:

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Holden dijo...

TOING, joer.

Holden dijo...

Pinche i-phone.

emiliano dijo...

Vaya desastre de toing.

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