domingo, 31 de enero de 2010

Anuncio publicitario del restaurante Etxanobe



El pasado mes de mayo se anunció en la prensa la desaparición de la publicidad en las pantallas de TVE, lo que, efectivamente, tuvo lugar a partir del 1 de enero de este año. El fin de la publicidad ha venido acompañado de un nuevo modelo de financiación de la televisión pública que, aunque no ha sentado bien ni a las cadenas privadas ni a las operadoras de telecomunicaciones ni a los sufridos contribuyentes, permitirá compensar la perdida de ingresos que antes proporcionaban los anuncios. Y aunque no nos haga mucha gracia que con nuestros impuestos se subvencione una televisión tradicionalmente empeñada en competir con las privadas, yo, de momento, mantengo la esperanza de que esta medida pueda suponer un salto de calidad para un modelo que lleva ya muchos sin apostar por ella, una televisión que se ha focalizado en programas del corazón (programas que tienen poco que envidiar a las salsas favoritas de Telecinco), en telenovelas iberoamericanas, o en programas de reportajes dirigidos por los reporteros más dicharacheros de barrio sésamo, que nos cuentan cosas como que los fríos provocados por las últimas nevadas han hecho disminuir el número de cañas de cerveza que habitualmente se sirven en el bar de la plaza del ayuntamiento de no sé qué pueblo de la provincia de Huesca, o que a un vecino de la localidad le ha costado mucho arrancar el coche “por culpa del frío que hace, mire usted”, o que una señora no ha podido llevar los niños al colegio, y otros asuntos de parecido interés humano.

La publicidad siempre ha tenido partidarios y detractores. A Fernando Fernán Gómez, por ejemplo, le gustaba que le interrumpiesen las películas. Decía que eso le permitía acompasar los ritmos de su vida doméstica, de modo que durante el primer bloque de anuncios freía el pescado y aliñaba la ensalada; con el segundo, levantaba la mesa y se comía el postre; y con el tercero, se preparaba un whisky con un dedito de agua, en el caso de que ese día le tocara meterse un lingotazo entre pecho y espalda, y no hubiese nadie alrededor para impedírselo. Además, decía, si no hubiera anuncios, ¿cuándo le iba uno a contar a su señora lo del ruidito que, al volver del trabajo, le había parecido escuchar por la zona del carburador? Todo eran ventajas.

Hablando de mí mismo, os diré que yo le cogí afición a los anuncios el año en que llegó a España la tele en color, cuando, impresionado por el invento, iba con mis amigos a ver los partidos de fútbol en las televisiones que había en el escaparate de El Corte Inglés de Felipe II. ¡Qué hermosas eran aquellas teles! Como pasábamos más horas allí que viendo las fotos del escaparate de la lencería de la calle Torrijos esquina con Hermosilla, hubo un día, cuando el mundial de Alemania, en el que para poder ver a gusto a la naranja mecánica bailando bajo la lluvia ante la asombrada mirada de un combinado de jugadores del Atlético de Madrid y de la Unión Deportiva Las Palmas, vestidos todos ellos con la camiseta albiceleste de la selección argentina, nos llevamos las sillas plegables, el bocadillo de carne con pimientos y la cerveza en lata, y así estuvimos viendo el partido tan contentos hasta que vinieron a desalojarnos los antidisturbios. Hasta entonces, lo más parecido que habíamos visto al color en la tele era un filtro que tenía la parte inferior marrón y la superior azul, y que se colocaba cubriendo la pantalla del aparato. El filtro en cuestión, aunque se puso de moda en aquellos bares de máquina de pinball, escupitajo en el suelo, chato de valdepeñas, patatas alioli y olor a celtas selectos, era en realidad un utensilio inútil y molesto que sólo daba el pego durante algunos fugaces instantes de Lawrence de Arabia o de alguna otra película ambientada en el desierto, por lo que no era extraño escuchar a algún parroquiano levantarle la voz al camarero y protestar contra el invento: “Mariano, quita ese chisme de ahí, coño, que le estamos viendo la cabeza azul a su excelencia el generalísimo”.

Decía que me aficioné a los anuncios con la llegada de la tele en color, debido probablemente tanto a la fascinación que siempre provocan las novedades en los más jóvenes, como a que entonces pensaba yo que la forma era lo más importante del fondo, y eso me hizo olvidar que lo mismo que las palabras no son las cosas y que éstas son más complejas que el lenguaje que las nombra, tampoco el color o su ausencia tienen por qué decidir la belleza que encierran las imágenes. Pero si la novedad era el color, yo quería ver programas en color, ¡qué demonios! Y no era el único, porque cuando los anuncios de la chispa de la vida o del detergente micolor interrumpían algún programa emitido en aburrido blanco y negro, se oía la voz de mi abuela llamándonos ante el televisor: “venid, venid, que empiezan los anuncios”. Y, como una sola persona, allá nos íbamos todos para ver el anuncio de doña atareada, doña variedad, doña calidad y doña administradora; o el del señor financiación; o ése en el que salía Manuel Luque, un tipo muy enérgico que no en vano era el director general de Camp; o ese otro en el que un hombre le decía a su amigo que si quería hacer feliz a su mujer, le comprara una ufesa, y así ella le plancharía las camisas con una sonrisa, como lo oyes; o aquél que te aconsejaba que debías vestir como quisieras y a volar, boogie, boogie; o el que anunciaba que dentro de poco nos iban a dar la lata; o el que nos recomendaba que nos compráramos un congelador philips (porque como decía Carmen Sevilla: familia philips, familia feliz) del que podríamos sacar un flag golosina, que era un rico helado que del congelador se sacaba congelado. Y ya puestos, también se podían meter y sacar del congelador los bonys, los pirulos, los dráculas y los frigopiés, e incluso los primeros desengaños de algún joven seductor enamorado, que soñaba con besar por primera vez a su primera amiga, valiéndose de su primera mirada ensayada ante el espejo, de su primer poema, de su primera canción y de su primera colonia chispas, su primera colonia chispas. Pocas cosas ponen de manifiesto tan bien el paso del tiempo como los anuncios antiguos que se emitían en la televisión cuando éramos niños, y por eso creo yo que pocas cosas nos provocan hoy tanta nostalgia.

En LADL, espíritus cándidos, puros y algo moñas, de acuerdo, pero ajenos hasta ahora a todo interés materialista, siempre nos hemos negado a insertar publicidad en nuestro blog a pesar de las suculentas ofertas que hemos recibido. Pero como para todo tiene que haber una primera vez, quizás influidos por el anuncio de que se retrasa dos años la fecha de nuestro júbilo, y pensando que tenemos que ahorrar para la vejez, vamos a seguir una hoja de ruta contraria a la de la televisión española, y abrir una nueva sección publicitaria que se inaugura hoy con un anuncio dedicado al restaurante Etxanobe de Bilbao. Vamos a hacer publicidad del Etxanobe porque es un lugar precioso en el que nos trataron con atención y con cariño. Porque nos presentaron una cocina de muy alto nivel, con platos llenos de maravillosos productos y con preparaciones que resaltaban el sabor, el sabor, el sabor, no destinadas a desafiar al intelecto, no, sino a hacer disfrutar al paladar. Porque bebimos un sensacional Larmandier Blanc de Blancs y un riesling delicioso, cuyos aromas se pasean desde entonces, como Pedro por su casa, por la porción de mi cerebro que recuerda los olores. Porque comimos un estupendo menú largo en el que había salmón, tomates, exquisitas cigalas preparadas en un carpaccio exquisito, anchoas (¡qué anchoas!), carabineros, atún, cebolla y bacon, bacalao, calabaza, huevos con riñones, foie, cordero con patatas, quesos, postres con sabor, con sabor, con sabor, chocolate que explota en la boca, tarta de manzana, copa en la terraza, preciosa ciudad, bonitas vistas. Cuando nos estábamos despidiendo, Fernando Canales escribió, en la primera página de un libro precioso, una línea que decía que comer con amor es disfrutar de la vida. Cierto. Y también es cierto que a mí ese día me resultó imposible no enamorarme de un sitio en el que se sirven platos que se han cocinado con tanto amor. En Etxanobe, yo disfruté de la vida.

Fotos de Fernando Canales y Manuel Luque.

412 comentarios:

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malinche dijo...

EL Guisando hace ya unos años que cerró. CReo que tiene unas tabernas que se llaman Gorki, una de ellas en Maldonado. Y también, Juan Bravo, 25. A al menos participa en eso.

kalakahua dijo...

Los niños terminarán naciendo con DG en el pecho. Al tiempo.

kalakahua dijo...

Pregunta: ¿qué tiempo de cocción en olla rápida tienen unas manitas de cerdo?

Desde luego 20 minutos compruebo que no.

kalakahua dijo...

Son 40 minutos

Fartón dijo...

Aquí la facción cometa del blog: tardo en pasar, pero siempre vuelvo.

Y tengo varias cosas que decir, además:

1) Holden, no te metas con Solsona que fue mi primer ídolo futbolístico. Solsona y Andersen.

2) He vuelto a estar en Diverxo (mi segunda vez), recordando algún clásico y probando cosas nuevas. Este tío es creativo y, además, se lo curra, y así le luce. El nuevo local es muy agradable. Ah! el mero al wok de la polémica me encantó, hiperjugoso por dentro, y con el contrapunto ahumado/metalizado del glaseado exterior, que en absoluto se apoderaba del plato. Excelente.

3) Una recomendación que nadie aprovechará (quizá Yerga?): Pirineos, un restaurantito en Valencia, alejado del centro (Avenida de Campanar, cerca del hospital La Fe). Pocas mesas, buen producto, vino bien tratado, con bastantes referencias valencianas. De esos en los que puedes invitar a cualquiera sin temor a equivocarte.

4) Me sorprende que en este blog culinariofutbolero nadie haya reparado en la apertura del restaurante de la hija de Florentino Pérez (¿o me lo he saltado?). A ver si voy a tener que dar la primicia...

Carlos dijo...

¿Has estado, Fartón?

Aclaremos que se trata del restaurante El Babero, en Las Tablas, zona norte de Madrid. Una carta extraña, guisos del día, nombres desafortunados en los platos -en mi opinión. Cinco o seis champanes interesantes, la carta de vinos publicada en internet no tiene por otro lado mayor interés.

Habrá que ir, además, caso de que se confirme lo que estamos viendo de Kaká, quizá no hiciera un mal camarero.

Fartón dijo...

No, pero os lo recomiendo.

Es coña. No he estado, Carlos. Me enteré el otro día por unos amigos que estuvieron comiendo un domingo, con el ser superior, en carne mortal, en una mesa próxima. Ni fu ni fa, pero les dio la impresión de que no era el día apropiado, y querían darle otra oportunidad.

He visto la web, que como dices, incluye una carta singular, por decirlo de algún modo, en lo que se refiere al nombre de los platos y una carta de vinos de riojas/riberas más unos cuantos champagnes.

No sé, no me tira, pero no me extrañaría que acabara yendo. Me pilla cerca.

Carlos dijo...

Yo también iré. Habrá que probar "El guiso de Cuchy".

emiliano dijo...

La cuchy parece una moñas de mucho cuidado, así que no creo que vaya salvo que haya recomendaciones insistentes que me hagan dudar. ¡Lástima!, me quedaré sin probar los huevos de manolo.

malinche dijo...

Fartón,

Hasta ahora el plato era de rape y no de mero. Supongo que será una errata porque la semana pasada no había cambiado ESE plato. Otros muchos si habían evolucionado. Es que este tío no para.

Pues yo creo que el must del que hablaba Carlos está prósximo al Retiro..

Fartón dijo...

¿He dicho mero? Era rape...

kalakahua dijo...

Eso se llama alquimia.

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